El cronista desconocido del crimen de Calvo Sotelo

El cronista desconocido del crimen de Calvo Sotelo

Entre los papeles desperdigados de la «Causa General» hay uno que ha pasado hasta hoy inadvertido y que pone de relieve la sorpresa y el interés del fiscal secretario Joaquín Lacambra Grosso, encargado de la pieza especial «Antecedentes. Asesinatos de Don José Calvo Sotelo y Don José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia», sobre un hecho destacado para la investigación del asesinato del líder monárquico José Calvo Sotelo.

Se trata de una comunicación de Lacambra a su superior, el fiscal instructor delegado de la «Causa General», Antonio Reol Suárez, en la que informa a éste del siguiente asunto relacionado con el caso el 15 de abril de 1943: “DOY FE: De que en esta “Causa General” hay un libro editado en Barcelona durante el dominio rojo en el año 1937, talleres gráficos de la editorial Ramón Sopena, empresa colectivizada, titulado “El crimen de Europa”, con el subtítulo “Nuestra Guerra”, de Manuel D. Benavides, en el que, en su capítulo III, página 39, y capítulo V, páginas 65 a 76 inclusive, que copiados a la letra y en su parte necesaria, se dice…».

A continuación, el fiscal Lacambra transcribe, en folios numerados, la primera versión impresa que se conoce del asesinato de Calvo Sotelo. Su autor, el gallego Manuel Domínguez Benavides (1895-1947), no era un consumado fabulador, aunque así lo considerase Luis Romero en su obra «Por qué y cómo mataron a Calvo Sotelo». De hecho, el relato de los acontecimientos efectuado por Benavides coincide en aspectos y detalles fundamentales con la propia narración final del instructor de la «Causa General» tras tomar declaración a una legión de testigos.

Por primera vez, Benavides desenmascara ya en 1937 al asesino de Calvo Sotelo y facilita situaciones que ayudarían a completar la secuencia de los hechos criminales. Asesino que se llamaba Luis Cuenca y no «Victoriano Cuenca», como le denomina reiteradas veces Luis Romero en su obra galardonada con el Premio Espejo de España 1982.

Movido por el interés, mientras investigaba en su día el crimen no me conformé con leer la transcripción de la docena de páginas del libro de Benavides, perdida entre los centenares de legajos de la «Causa General»; ni tan siquiera con verlas reproducidas en uno de los anexos del también valioso libro «La noche en que mataron a Calvo Sotelo», del hispanista irlandés Ian Gibson, quien sí denominaba a Cuenca por su verdadero nombre.

La temprana versión de Benavides me llevó a conseguir un ejemplar en una librería anticuaria y a devorarlo enseguida. El insigne poeta y doctor en Filología Románica, Eugenio García de Nora, elogiaba a Benavides en su célebre estudio «La novela española contemporánea»: «Es un escritor más culto, o un temperamento más equilibrado y armónico que Arderíus [el murciano Joaquín Arderíus y Sánchez-Fortún]; de modo que lo que pierde acaso frente a él en originalidad o fuerza creadora, lo gana en ponderación, claridad de ideas, precisión en el análisis de la sociedad que lo rodea, y eficacia y belleza formal y expresiva del lenguaje».

Su biografía novelada del magnate Juan March, titulada «El último pirata del Mediterráneo», le valió a Benavides la pena de cárcel en 1934. Estudió Derecho en la Universidad de Santiago y fue funcionario del Ministerio de Hacienda, además de redactor del semanario «Estampa» y colaborador del diario «El Liberal».

La narración primigenia

Antes de su muerte en el exilio mexicano, registrada el 19 de octubre de 1947, dejó escrita para la posteridad su narración primigenia del crimen de Calvo Sotelo. Advirtamos en justicia, eso sí, que Benavides incurría en algunas partes de su relato en un juicio ignominioso de Calvo Sotelo, inducido por su odio visceral al líder monárquico, a quien acusaba sin pruebas de ser un criminal de la derecha: «Fue él quien señaló a las pistolas fascistas el blanco de los oficiales leales que impidieron a los manifestantes del entierro del alférez Reyes llegar hasta el Congreso y apoderarse por sorpresa del Parlamento», escribía.

Pero su relato estricto del crimen, al margen de algunos errores garrafales como confundir la fecha del asesinato del teniente Castillo y la del propio Calvo Sotelo, facilitó ya entonces la identidad del asesino y de algunos de sus cómplices, así como el doble disparo efectuado contra la víctima en la nuca. Por no hablar del crimen premeditado de Calvo Sotelo, a quien el capitán de la Guardia Civil Fernando Condés y Luis Cuenca habían decidido ya asesinar antes de que la camioneta saliese del Cuartel de Pontejos. Como si el mismo Benavides hubiese estado allí…

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La tesis de Gibson

Comparto la tesis del hispanista irlandés Ian Gibson, según la cual el escritor Manuel Domínguez Benavides debió hablar con un testigo presencial del asesinato del líder monárquico José Calvo Sotelo que le refirió multitud de detalles del mismo; testigo, por cierto, a quien el autor llamaba «Julio Robles» y que Gibson sospechaba que fuera el trasunto literario de Enrique Robles Rechina, quien, según la «Causa General», fue uno de los ocupantes de la camioneta número 17. Pero, en todo caso, a Manuel González Benavides le hubiese bastado con leer el informe de la autopsia de Calvo Sotelo, robado a punta de pistola por un grupo de milicianos en julio de 1936, para componer su crónica negra del luctuoso episodio. ¿Quién estaba en condiciones de asegurar, acaso, que el documento o una copia del mismo no pudo llegar a sus manos por conducto de alguno de sus más escurridizos confidentes?

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La fecha: 1937

Manuel González Benavides desenmascara al asesino de José Calvo Sotelo y facilita situaciones que ayudarían a completar la secuencia de los hechos criminales.

Lugar: Madrid

Eugenio García de Nora, doctor en Filología Románica, elogiaba a Benavides, autor también de la biografía novelada de Juan March que le costó la cárcel en 1934.

La anécdota

Benavides señala al asesino Luis Cuenca con su verdadero nombre y no el de «Victoriano Cuenca», como lo denomina Luis Romero.

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