Juan Navarro Baldeweg: «El arte tiene algo sagrado en su naturaleza»

Juan Navarro Baldeweg: «El arte  tiene algo sagrado en su naturaleza»

Juan Navarro Baldeweg (Santander, 1939) se acoda en la pared junto a uno de sus cuadros mientras el fotógrafo le lanza indicaciones y cambia de encuadre. Lo soporta bien, con cierto estoicismo zen, enfundado en un impecable traje color gris metalizado que contrasta con la camisa blanca sobre la que se posa una corbata de hilo. Se encuentra en la capital andaluza para inaugurar su exposición «Fin sin fin» en el Colegio Oficial de Arquitectos de Sevilla. Sobre el rostro afilado y de color aceituno se le dibuja una leve sonrisa, que aparece como la del gato de Cheshire, mientras le recuerdo a aquel niño que buscaba bellotas en el bosque y al que su madre sacó para siempre de la naturaleza.

¿Cómo recuerda aquel suceso tan intrigante sucedido en el bosque?

Aquello fue una experiencia de niño, tendría tres o cuatro años, en la que tomé conciencia de que yo era un ser independiente del medio en el que me encontraba. Fue un recuerdo que luego he razonado y que me permitió ser consciente de mi personalidad.

Pero la naturaleza no le ha abandonado a lo largo de estas décadas de trabajo.

Es un vínculo que al final se convierte en una invitación a trabajar sobre la restitución con la naturaleza. Gran parte del arte busca recuperar esa sensación paradisíaca, preconsciente, de continuidad constante.

Que viene a ser como llevarle la contraría al Génesis.

En cierto modo sí, es una reconquista, es el secreto del arte. Estoy pensando en los rayos de «La Anunciación» de Fra Angélico, que lo que hace es restituir la salida de los hombres del paraíso que se ve en el jardín.

Un cuadro en el que también hay arquitectura, una logia italiana…

Con sus pequeñas columnas de mármol muy finas, el techo pintado de azul con la Virgen afuera. La luz que es un símbolo de lo que dice el ángel, representa a la luz. Es un cuadro donde no aparece la sombra, es un cuadro que predica sobre el misterio, contado maravillosamente.

¿Cree que el arte debe tener esa misión redentora?

Pienso que sí, pero también tiene que contar historias, incluso religiosas. De hecho, la religión se nutre de lo artístico, que es algo mucho más espontáneo o posible. El arte tiene algo sagrado en su naturaleza, porque la creación se trata de construir algo. En cierto modo, es un poco de lo que va mi exposición «Fin sin fin». Lo interesante sucede porque a pesar de esa intención finalista, mientras tanto, sucede algo un encuentro, que es un poco lo que decía Picasso: «Yo no busco, encuentro», se trata de algo ajeno a uno mismo porque no lo reconoces y sin embargo es posible entender. El arte no deja de ser algo mágico, que se coloca por encima nuestra.

En una ocasión le he escuchado afirmar, «nunca he dicho que no a una puerta que se abre». Tiene bastante que ver esa actitud con una visión abierta de la creación de la que hablamos, ¿no le parece?

Sí, porque dentro del estudio suceden muchas cosas, de pronto piensas que algo va bien y en un momento se encuentra una respuesta. Es una respuesta que tiene el artista, porque muchas veces con un accidente o con lo inesperado aparece algo que supera la idea original que uno tenía.

«Mi arquitectura es sensual»…

Bueno porque mi trabajo se dirige a todos los sentidos. La arquitectura es quizás el arte más corporal de todos, pero no es el más creativo, porque está muy controlado. Es muy fácil que no se pueda hacer nada improvisado, porque todo está predicho.

Pero le seguirá sorprendiendo, ¿verdad?

Sí, pero yo le doy mucho valor al concepto de espacio, que desde hace tiempo está ganando en importancia. Las ciudades están evolucionando mucho y es muy importante saber qué debemos de conservar, porque la materia construida no debe destruirse, debe transformarse y llegar a una estética distinta. No es que no se haya hecho con anterioridad, porque, por ejemplo, lo bizantino tiene mucho de romano y de griego. Esa actitud, que estéticamente puede ser muy interesante, pienso que debe ser constante. Hay que saber conservar lo que ya existe, no se puede ser como Le Corbusier o Haussmann que barrieron un barrio para hacer la nueva ciudad. No lo creo, sobre todo porque ahora todo tiene un tiempo acelerado, sólo hay que ver nuestra vida.

¿Qué le parecen las ciudades en la actualidad?

Pienso en la reorganización que hice de todo la zona de San Francisco «El Grande» donde se encuentra un fenómeno muy importante, que no se produce habitualmente, en el que yo pude establecer una conexión con la Biblioteca Salinas. Ese juego de relacionar un espacio con otro no existe habitualmente porque siempre se provoca una partición. Entonces, sobrepasar la línea, el estrato en el que se mueve el arquitecto o sus límites, me parece interesante.

El concepto de estratos siempre le ha preocupado.

Desde luego, mucho. Por ejemplo, Otto Wagner cuando desarrolla el nuevo canal de Viena con todas esas series de estructuras, lo hace de manera magistral jugando con los estratos. Hay una serie de vínculos y de estratos, nunca mejor dicho, que conectan lo que se hace en arquitectura con la propia naturaleza. Algo que también ocurre en la Biblioteca Salinas, con un gran zócalo, pero que es un tolos que conecta con todo alrededor, y eso son estratos. Algo que también sucede en las construcciones antiguas, uniéndose con otros, como las iglesias ortodoxas rusas con sus grandes cúpulas. Tienen esa función de relación, que se comportan como estratos.

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