Natalia Litvinova: “El arte no tiene la obligación de salvar el mundo”

Natalia Litvinova: “El arte no tiene la obligación de salvar el mundo”

Natalia Litvinova es una de las voces más singulares de la poesía contemporánea en español. Nacida en Bielorrusia y radicada en [[LINK:TAG|||tag|||63361617ecd56e3616932023|||Argentina]], nos trae su nuevo libro “Luciérnaga” (Premio Lumen 2024) donde fusiona con maestría la nostalgia del exilio con una mirada profunda sobre lo cotidiano y lo íntimo. En esta entrevista, Natalia nos habla sobre su trayectoria, su proceso creativo y la influencia de sus raíces en su escritura, invitándonos a sumergirnos en un mundo poético lleno de sensibilidad y fuerza.

“Luciérnaga” es un título que evoca luz en medio de la oscuridad. ¿Qué simbolismo específico tiene esta imagen en el contexto del libro y cómo conecta con los temas centrales de tu obra?

Tenemos que pensar la luciérnaga es un bichito muy pequeño y es una metáfora de lo que está ocurriendo en el mundo ante tanta atrocidad que buscamos a veces unos destellos de luz para sobrevivir, la historia de esta familia que ha tenido tantas dificultades, es la historia de esas luciérnagas que emigran y buscan ese punto de luz. Y hay otra historia del significado de luciérnaga que es el de la gente que vivía en zonas de radiación a los cuales se les llamaba luciérnagas, y me apreció fantástico para la novela porque no me parecía algo negativo, como he dicho es un insecto muy poético y me encontré con esta forma tan particular de algo bello ponerlo en contraste con el accidente de Chernóbil. El título juega con todos esos significados de luciérnaga.

En “Luciérnaga” exploras la vida de los niños nacidos en Bielorrusia tras el desastre de Chernóbil. ¿Cómo influyó tu propia infancia, marcada por la radiación y el colapso de la Unión Soviética, en la creación de esta obra?

Fue una descarga de tensión porque nadie puede separarse de su infancia, aunque nosotros tenemos que vivir con los recuerdos de ella. El trabajo que tuve que hacer fue plasmarla y para ello retornar a nuestra infancia y elegir esos momentos tan especiales. La infancia es como un collage porque hay recuerdos que se pierden y eso está bien, es lo bonito, y con la escritura lo que tuve que hacer era agruparlo. También es verdad que siempre supe que quería escribir de la vida de las personas comunes de mi barrio porque creo que puede ser un gran universo para la literatura, solo tuve que recrearlos para la fabulación y para la poesía y con la narrativa, atraje con ese gancho hacia la novela y fui cosiendo fragmentos de la infancia.

El desastre de Chernóbil simboliza no solo una catástrofe ecológica, sino también política, con el colapso de la confianza en las autoridades soviéticas. ¿Cómo has querido que se refleje esta desconfianza hacia el poder en tu narrativa?

Hay una desconfianza, pero no dejan de confiar a la vez, por ejemplo, hay un capítulo que relata cuando la madre va a la zona de la explosión y está embarazada de su hija y va al pueblo a Chernóbil para vender la casa materna al Estado y pasa lo de la central nuclear y el Estado no lo dice al principio, esto se retrata muy bien en la serie de HBO, pero la madre se da cuenta de que algo está ocurriendo y se va de vuelta a su pueblo e indaga, investiga, habla con vecinos y llama a sus amigas para decirles que algo raro está ocurriendo y cuando lo hace y les está contando, una voz suena al otro lado del teléfono diciendo que deje de hablar si no quiere pasarlo mal. Ella se da cuenta de que el teléfono está pinchado, pero ella sigue saliendo a la calle. Es un libro que muestra la crisis del socialismo que ya no puede sobrevivir más, pero sigue existiendo porque la gente no sabe quiénes son sin ese sistema.

Has mencionado que tu novela está profundamente influenciada por los relatos orales de tu familia, especialmente de las mujeres. ¿De qué manera crees que la memoria y la transmisión de historias entre generaciones han sido una forma de resistencia en tu vida y en la de los tuyos?

Es una hermosa pregunta. Me gusta decir que la escritura es un tipo de tejido. Aquí vemos a una madre que aunque no tiene el conocimiento de la radiación, indaga. Aunque no sepa, quiere informarse. Por ejemplo, cuando en el colegio hay problemas interviene, levanta la mano, pregunta, y esto es lo que vemos en la novela, que las mujeres actúan, los hombres no tanto porque tienen sus traumas. Parece que están ajenos a estos grandes temas. Sin embargo, las mujeres, no, porque chismean, hablan entre ellas, cuchichean, se quieren informar, se ve también la transmisión y el cuidado de las mujeres. Son mujeres que cuidan la memoria. A estas mujeres también les duele hablar. Estas mujeres creen que no deberían hablar de cuestiones sociales y deberían asumir su destino trágico y nos encontramos con esa dicotomía, que cuidan a los demás pero no saben cuidarse a sí mismas. Entonces la protagonista quiere saber y quiere indagar en este dolor de su madre, quiere saber más de su familia, por eso en un capítulo Natalia le dice que quiere entender su árbol genealógico y quiere entender qué ramas han sido cortadas.

Tu familia emigró de Bielorrusia a Argentina en 1996. ¿Cómo ha influido el desarraigo en tu identidad y cómo se manifiesta en Luciérnaga?

Es un libro muy autobiográfico y es un retrato de la emigración y sus consecuencias y esas consecuencias están plasmadas por esa niña que deja justo lo que conoce, deja el colegio, la casa de la abuela, la nieve, la danza, es todo lo que tiene pero 1996 la madre decide que tiene que irse a un mundo mejor que tiene que sobrevivir y eso es un corte abrupto y termina su infancia y llega a un sitio distinto y no conoce el idioma y no puede defenderse y los padres tampoco pueden ayudar porque tampoco saben hablar y ahí termina la infancia y todo lo que conocía, y las consecuencias la vemos en todo el libro, la protagonista se da cuenta cuando se hace mayor que necesita hablar con la madre y habla con ella, para reconstruir su pasado y la hija quiere hablar y la madre no porque le duele. Los lectores lo irán descubriendo en todas las partes del libro.

Viviste la transición de la Bielorrusia soviética a la Argentina de los años 90. ¿Cómo comparas las experiencias de ambos países en términos de política y sociedad, y cómo se reflejan esas tensiones en tu obra?

Las mujeres hacen y también sufren y son las que dan el paso hacia adelante con todo lo que ello conlleva. Es una historia del fracaso de la humanidad y de una pequeña familia que quizá hacía las cosas bien.

El desastre de Chernóbil también es visto como un símbolo del fracaso de las estructuras políticas de la Unión Soviética. ¿Qué paralelismos ves entre la desinformación de aquella época y los problemas políticos actuales?

Ahora contamos con mucha información, pero también mucha de ella es mentira. Sabemos lo que está ocurriendo entre Ucrania y Rusia en Palestina pero estamos viviendo una época de espectáculo. Tenemos toda la información del mundo pero no sabemos que podemos hacer con ella. Ha cambiado todo mucho con la pandemia. Desde 1996, pero el mundo se ha ido complejizando y modernizando y la tecnología tiene mucho que ver. Estamos ante una crisis de representatividad. La Unión Soviética no sabe qué representa. Ahora mismo está pasando eso. ¿En quién confiamos? ¿Quién nos puede representar? ¿Quién nos puede representar en ese mundo en llamas?

Tu obra está impregnada de una crítica implícita a los sistemas que fallan a sus ciudadanos. ¿Cómo entiendes el papel del escritor en la denuncia de las injusticias sociales y políticas?

Hago una crítica pero desde lo cotidiano. Esto es una novela, no un discurso político. Tuve mucho cuidado de cuidar la frescura y la naturalidad de la infancia. No es una niña que va denunciando cosas. Es una niña que desde la infancia no quería que perdiera esa fabulación tan porosa de ver el mundo. Ahí aparece lo que entiende y no entiende a la vez. No es un libro frontal de denuncia. Todos los escritores, aun sin quererlo, estamos comprometidos con nuestra realidad porque somos hijos de nuestro tiempo y estamos en una red que es la historia. Con cada libro regalamos nuestra mirada sobre el mundo y ahí está nuestro compromiso. El arte no tiene la obligación de salvar el mundo, pero en todas las épocas todos los escritores estuvieron comprometidos porque tenían estaban presos de la historia.

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