Cuando llega la decadencia

Cuando llega la decadencia

Es un proceso inevitable. Todo empieza y termina. Y en medio de ambos momentos, así en la vida como en la política, hay picos y valles, éxitos y fracasos.

El inicio queda más de seis años atrás, en una moción de censura contra Mariano Rajoy, justificada por los casos de corrupción que afectaban al gobierno del PP y al propio partido. Llegar al poder por el empuje de la lucha contra la corrupción, convierte a su protagonista en un campeón de la limpieza. Y es así en tal grado, que cualquier mínima mácula es inadmisible. Pero aparecieron las máculas.

Están en marcha tres investigaciones judiciales: una afecta a la esposa del presidente, otra a su hermano y otra a quien fue su número dos en el PSOE. Se trata de personas demasiado próximas como para que estos asuntos puedan saldarse haciendo pagar las responsabilidades políticas a segundos o terceros niveles del gobierno o del partido. Es cierto que ninguno de esos supuestos casos de corrupción ha desembocado todavía en un juicio, ni mucho menos en una sentencia, y es de justicia aguardar a que el procedimiento avance y termine.

Pero los lógicos (y necesariamente premiosos) trámites judiciales, no se compadecen con la ineludible celeridad de las actuaciones políticas en democracia, que obliga a saldar deudas de inmediato. Y este procedimiento, que en ocasiones culpabiliza a inocentes, fue impuesto, precisamente, por quienes hoy ostentan el poder, en aquellos tiempos en los que actuaban como vigilantes escrupulosos y estrictos del comportamiento político de otros. Así debía ser entonces y así debería ser ahora, en justa correspondencia.

Gestionar los casos de corrupción es una tarea de muy difícil digestión para quien ha de asumirla, porque obliga a adoptar decisiones dolorosas sobre personas cercanas o sobre uno mismo. Pero un paso previo y conveniente es empezar ese proceso mediante la verdad. Y esa meta volante no ha llegado todavía. De hecho, estamos en lo contrario: en la ocultación. Y cuando se empieza así, la experiencia nos enseña que el final puede retrasarse en forma de progresiva decadencia, pero la caída acaba siendo más dura.

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