Delitos y penas

Delitos y penas

Hace tiempo escribí una columna para agradecer a los padres de un niño asesinado que se negasen a que la muerte de su hijo fuese utilizada para celebrar el odio. La furia con la que se estaba pidiendo una pena de muerte contra la asesina identificaba a un sector de la sociedad más con la asesina que con la víctima. Me emocionó la decencia de los padres. Un pseudoperiodista afirmó entonces que yo me dedicaba a defender a la asesina. Que existan periodistas indecentes, subvencionados por poderes económicos y políticos para convertir en fango la convivencia, es un problema. Pero estamos sufriendo ya un problema más grave. Si antes la mala política lanzaba bulos interesados sobre la realidad, ahora se produce un viaje de vuelta. El fango que se arroja regresa sin pudor a la política para ensuciar los debates. Ya no es un pseudoperiodista el que infama en un pseudoperiódico. Es el portavoz de un partido importante el que degrada el respeto a las víctimas en un parlamento. Que el pseudoperiodismo creado por la mala política esté convirtiendo a la mala política en pseudopolítica no es un juego de palabras, sino una desgracia grave para la convivencia.

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