Sopa

Sopa

Siempre me pareció injusta la inquina que el personaje de cómic llamado Mafalda le mostraba a la sopa. Uno es muy de platos de cuchara y hubiera preferido que Mafalda la hubiera tomado con los carbohidratos o con cualquier otra cosa. No me parece bien que comerse la sopa sin rechistar simbolice hoy en día el máximo de domesticación aplicado a la infancia.La sopa está ya tan injustamente satanizada que hasta los terroristas la usan como arma letal. Por supuesto, los que lo hacen no son los terroristas de Hamás o Hezbolá (ya nos gustaría que su arsenal estuviera hervido), sino los terroristas-activistas culturales, que es la manera amable que usamos para designar a los terroristas ineficaces y cobardicas; los pringaos de ese sector profesional, en suma.

El viernes pasado, dos activistas lanzaron sopa otra vez sobre una obra de Van Gogh en la National Gallery, lo cual me hace sufrir por la sopa, pero aún más por el pobre Van Gogh quien tuvo una vida demasiado torturada como para que ahora encima vengan imbéciles a destruir sus obras. Preguntados por qué lo hacían, los activistas dijeron que para llamar la atención del mundo sobre las desgracias ecológicas. Si para llamar la atención sobre una desgracia hay que perpetrar otra desgracia, así no vamos a acabar nunca. Además, si de llamar la atención se trata, yo les propondría que valoraran en ese sentido las enormes posibilidades de la automutilación genital, porque nada como exhibir un buen escroto sangrante en Trafalgar Square para atraer las cámaras de televisión de todo el mundo. Con ello, dada su juventud, mejorarían de paso los procesos evolutivos de la selección natural, bloqueando su herencia genética, y satisfarían además a Almodóvar, quien como es sabido manifiesta que le parece egoísta tener hijos naturales.

Pero, sobre todo, el prestigio de la sopa quedaría, como debe ser, afortunadamente a salvo.

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