A favor de los clubes de lectura

A favor de los clubes de lectura

«Leer hoy es un acto revolucionario». Lo escribe Alberto Olmos en su columna de El confidencial, replicando a muchos críticos y pensadores. Y no hay duda. Solo hay otro mayor: contribuir a que se lea. Dice Olmos que los clubes de lectura suponen la «degeneración periódica del acto de leer»; y aquí estoy yo, cual Quijote solitario, dispuesta a defenderlos contra gigantes, molinos e intelectuales excluyentes. Los bibliotecarios y libreros de nuestro tiempo son héroes. Su supervivencia es la de muchos. La de los primeros, la de tantos lectores como yo (o Luis Landero) que, por distintas circunstancias, no teníamos libros en nuestras casas y acudíamos a las mismas bibliotecas donde Salgari aprendió los detalles de los paraísos exóticos a los que viajamos gracias a sus novelas de capitán que no navegó más que por el mar de la lectura. A veces, los bibliotecarios, nos aconsejaban… No hay lectores buenos y malos, solo lectores. Y todos los caminos que conducen a la lectura son buenos. El mayor bestseller de la historia después de la Biblia es Don Quijote de la Mancha, y quienes critican los bestsellers o señalan qué o cómo se debe leer, suelen ser escritores que justifican su falta de ventas alegando que sus libros son para una élite intelectual. Eso sí que es una «pequeña dictadura comunista». Borges decía que «a los académicos no les interesa el género negro porque no es lo suficientemente aburrido». Y todavía hay quien defiende que la lectura sea un tostón, en vez de la llave de la libertad . Muchas mujeres de ciudades y pueblos de España son más libres gracias a compartir un libro cada semana o mes con un grupo donde hay pocos hombres, no porque se les impida entrar, como a las mujeres en tantos clubes de ajedrez, ni porque lean a solas, sino porque no leen. Las mujeres leemos más. A solas o en compañía de otros. (Un 68,6 por ciento frente a un 59,3). Y la mayor población lectora (74 por ciento) cuenta entre 14 y 24 años y a veces lee, gracias a esos clubes de lectura, que para Olmos, ay, son pura «perversión cultural».