Antonio Pedrero: “El arte es siempre una escalera interminable”

Antonio Pedrero: “El arte es siempre una escalera interminable”

Antonio Pedrero Yèboles (Zamora, 1939) es uno de esos escasos artistas que no necesitaron hacer campaña para intentar ser profetas en su tierra, ya que pasaron desde el primer momento a formar parte del sentir popular.

Hoy mismo se clausura la muestra ‘Antonio Pedrero. Zamora en la mirada’, instalada desde el pasado 22 de marzo en la sala de exposiciones temporales del Museo de Zamora y, hasta el 1 de julio, expone en la Biblioteca Pública de Zamora ‘El Cerco, 952º aniversario’, una versión sobre ese acontecimiento histórico, inspirada en el libro ‘Romancero de Zamora’, publicado por Cesáreo Fernández Duro en 1880.

El artista zamorano recibe al redactor de ICAL en su casa solariega restaurada, que data del siglo XVI. Abre la puerta por la que entraban, antaño, las caballerías y accede a un precioso claustro con nueve arcos, galería, pozo, fuente y una enorme enredadera. Sobre un aplique, al abrigo de una escalera, han anidado dos mirlos, que se afanan en alimentar a sus crías, ignorando la visita de un extraño.

Era imposible no dedicarse al arte en un lugar así.

Es verdad que a todo te acostumbras pero la estética de este patio me ayuda. Me da mucha tranquilidad y sosiego. Tiene una tradición, historia, silencio y, también, campanas y campaniles, que se oyen hasta los de Cabañales. Yo estoy encantado.

¿Qué pasa en Zamora para que tenga semejante acumulación histórica de artistas destacados?

No lo sé. La verdad es que sorprende. Desde dentro, visto el panorama de la gente que hemos salido, cada uno ha dado el do de pecho. Siento un respeto y admiración tremenda por todos mis compañeros.

¿Hacer dos exposiciones simultáneas en Zamora es la demostración de que es profeta en su tierra?

(Sonríe). Yo suelo exponer muy poco pero, esta vez, de dos en dos.

¿Se ha arrepentido alguna de vez de volver a Zamora, en vez de haberse establecido en Barcelona para recibir un espaldarazo de rango mundial?

No, no me arrepiento. Barcelona me maravilló. Es una ciudad que me entusiasmó. Suelo decir, con cierta ironía, que podría haber sido mejor o que, quizá, habría sido taxista en Barcelona. Eso no lo sabes. El destino.

¿Se puede decir que la mayor influencia en su carrera fue el hecho de que sus padres tuvieran el bar ‘La golondrina’?

Es que ‘La golondrina’ era más que un bar: fue una academia para la vida. La sociabilidad de un bar, visto en abstracción, es increíble. Gente de todos los tipos. Yo digo que la familia era toda Zamora. Nunca me sentí extraño.

¿Habría sido artista si su padre no hubiera expuesto en el bar sus dibujos de ‘El guerrero del antifaz’ y de ‘Los tres mosqueteros?

Mira, yo digo que mi padre fue el primer fan que yo he tenido. Murió muy joven, cuando yo tenía doce años y, efectivamente, ponía con una chincheta los retratos que yo hacía, de familiares, de clientes y amigos… El arranque fue uno de ‘Los tres mosqueteros’, que lo puso con un cristal y una cinta. Llegó Julio Mostajo, que ha sido como un padre, un amigo mío, una maravilla de persona, vio ese dibujo y preguntó a mi padre, ‘oye, ¿quién ha hecho eso?’ Cuando le dijo ‘pues mi chico’, Julio Mostajo le dijo que me enviara a la Escuela de San Ildefonso. Entonces, estaba recién creada e ingresé con diez años. Recuerdo que había una ilusión enorme y alumnos por todos los lados. No había tableros y, al día siguiente, en un perchero que había en casa, vi que la medida era justa para el papel de Ingres, 70 por 50, lo arranqué, puse un cartón y ese fue el primer tablero que tuve. Además, dibujando, yo, sentado en una silla y el tablero, en otra.

¿Conserva aquel dibujo de ‘Los tres mosqueteros’?

Sí, sí, sí, perfectamente los tengo. Tengo mucha obra de cualquier época. He tenido esa suerte. Otros no tienen casi nada, es verdad, pero yo tengo mucha obra desde la infancia, de apuntes.

No tiró en exclusiva por el camino de la escultura pero su obra escultórica ha tenido una gran repercusión.

Sí, efectivamente. Es una suerte, no hay duda. Es verdad que empecé con la escultura. Yo modelaba, entonces, los pasos de Semana Santa, que era lo ideal de un niño. Si yo estoy aquí, es por culpa de Ramón Álvarez. Yo modelaba cosas infantiles, seguramente. Pero fue la escultura que yo retomé en unos años, pero es muy dura y requiere un gran esfuerzo físico y yo, ahora, no puedo hacer grandes cosas. Estoy muy contento con esa faceta última de haberme dedicado. Mis maestros eran pintores, tanto Castilviejo como Bedate. Y eso ha influido en que me dedicara más a la pintura.

¿Cómo es que no parece haberle hecho mella la vanidad del artista?

Bueno, puede que esté falseando y me esté haciendo el humilde. (Sonríe). No, no, no. Yo creo que esto es una labor muy larga y que hay que tener mucha humildad para admitir muchas cosas. El arte siempre es una escalera interminable. Tú vas subiendo peldaños pero no sabes dónde te encuentras y, de vez en cuando, miras para abajo y dices, bueno, subimos unos cuantos, pero miras para arriba y te quedan todos. Yo soy nostálgico por naturaleza pero creo que, en el arte ,hay que mirar siempre hacia adelante.

¿Cómo cree que reaccionaría la gente si quitasen la escultura del Merlú?

Lo que pasa es que son aciertos que se tienen y ahí están. Creo que la vida está hecha de tropiezos y de éxitos y, por eso, hay que tener cierta humildad. Yo he tenido bastante suerte porque el Merlu fue aceptado desde el primer día. Al mes de estar la escultura colocada, me dijeron que me habría hecho rico si me hubieran dado una peseta por cada foto al Merlú. Tuvo una gran acogida y eso es muy bonito. ‘La golondrina’, también fue muy aceptada desde el primer día que se montó. Tiene su explicación porque era un homenaje a una generación que ha desaparecido de una Zamora muy provinciana y, para mí, muy querida. No la cambio por la actual, y es un homenaje a todos ellos. Ya no es ese cuadro, es mi vida, mi infancia, mi juventud.

¿Alguna vez ha forzado la forma de ser distinto o, simplemente, ha brotado por sí misma esa forma tan particular de plasmar la realidad?

Es una evolución natural, un concepto que tú vas creando, sin pretender ser distinto. Es el criterio que tú tienes de construcción de tu arte. Fue algo inevitable, no una búsqueda. Las fases van cambiando y lo hacen sin querer. No te das cuenta.

Su forma de pintar los rostros, especialmente, la nariz, es absolutamente particular y reconocible.

A mí me parece muy constructiva. Hubo un otorrino que decía que a estos personajes míos había que operarlos a todos.

El éxito de su obra es que la gente la ha comprendido e interiorizado enseguida. ¿Cuál es su etapa más incomprensible?

El abstracto me ha encantado y me ha servido muchísimo, porque creo que enseña mucho al pintor, los matéricos y los tratamientos, pero yo nunca sé hacer una pintura abstracta. Tengo que ver algo e interpretar eso que veo. A veces, es con urdimbres abstractas. Es algo interior.

Al examinar lo que hoy se considera vanguardia, como lo que se expone en ARCO, ¿dónde está la línea que separa el arte de lo que no lo es?

Hoy se pinta poco y, además, bastante mal, a veces. Hay pintores, sobre todo de la escuela española del siglo X, maravillosos, como, Sorolla, Zuluaga, Solana, Vázquez Díaz… pintores para quitarse el sombrero. A veces, se lucha por ser original y a mí me parece que el arte es otra cosa. El arte es una cosa personal, de interpretación interna, que fluye y nada más.

¿Qué le ha parecido la reacción a las dos exposiciones de Zamora?

Llevo desde niño en esto y tengo 85 años pero me ha sorprendido. Estas exposiciones han gustado mucho a la gente. La verdad es que ha sido un sufrimiento personal porque las tenía en la cabeza y no he podido delegar en nadie. Ha sido un estrés y, de hecho, que no pude ir a la presentación porque caí malo.

Bueno, pero estuvo su hija, que da mejor que usted los zurriagazos cuando se trata de reclamar la Pinacoteca de Zamora.

Claro, ya sabes que son años los que yo llevo reivindicando esto, siempre que tengo ocasión, porque no hay derecho. Hablamos de un museo permanente, que es muy necesario. Los artistas están falleciendo. Yo tengo 85 años y amigos con 90, como Tomás Crespo o Higinio Vázquez. Aquí no vamos a ser como Matusalén. Es necesario tener un espacio para es obra tan personal y tan buena. Me da la impresión de que hay poca sensibilidad. Recuerdo un alcalde, Miguel Gamazo, crítico de arte, poeta, un hombre muy sensible, que hizo cosas por la cultura como nadie. Está expuesto hasta los siglos XVIII y XIX pero, a partir del siglo XX, la obra no está expuesta, aunque es interesantísima. Se abren ventanas maravillosas de interpretación. Un museo para los pintores zamoranos es una necesidad y podría ser un revulsivo para Zamora, una colección permanente expuesta. Veo ideal el edificio de la antigua Diputación, aunque parece que va destinado a otros fines. Sea como sea, la inversión en ese museo se vería largamente pagada en el futuro.

¿Cree que podría repetirse la época de la Escuela de San Ildefonso?

No. Es irrepetible. Cuando yo ingresé en San Fernando, en 1953, fuimos siete y aprobamos seis. La gente preguntaba qué pasaba en Zamora. Lo que pasaba es que hubo profesores como Castilviejo y Bedate, volcados en nosotros, que supimos captar sus buenas intenciones en cuanto a pedagogía. Hay una serie de artistas que merecerían ese reconocimiento. Por ejemplo, en Toro debería haber un museo de Delhy Tejero, que lo hubo en su casa. La conocí muy tarde y me pareció una persona encantadora y valiosísima como artista. En la escultura estaba Baltasar Lobo y en la pintura, Delhy Tejero. La lista incluye a Castilviejo, Bedate, Gallego Marquina, Ricardo Segundo, Abrantes, Luis Quico, Pedro Laperal, Tomás Crespo, Higinio Vázquez… Somos muy poco generosos con lo nuestro.

¿Cuáles son sus próximos proyectos?

Estoy trabajando en una obra que todavía no puedo comentar y estoy pensando en una exposición para Madrid que tenía que haberla hecho hace ya muchos años. De aquí a 2026 hay que hacerla porque ya no puedo esperar más.