Atrincherarse en el poder no es gobernar

Atrincherarse en el poder no es gobernar

Pedro Sánchez ha movido nuevas piezas en el único territorio que no le resulta del todo esquivo, Cataluña. Más traspasos, mercadeos millonarios, condonaciones de deuda de por medio, camino del compromiso con ERC que le permita rubricar la victoria del PSC en las elecciones con Salvador Illa en la Generalitat. El presidente persigue el oxígeno que ni el Congreso ni la Justicia le conceden en esta legislatura que, como hemos defendido, nació muerta y está recibiendo sepultura en un escenario agónico de fin de ciclo. Con la hoja de servicios del inquilino de La Moncloa, no podemos aguardar un último gesto de relativo honor y responsabilidad con una convocatoria de los españoles a las urnas, sino al contrario, la enésima escaramuza, contorsión y embeleco para sacar gotas de agua del páramo político con que regar su objetivo, el poder. Cataluña ha sido clave como granero de votos para que Sánchez haya podido salvar la Presidencia durante estos años y, en buena medida, sus movimientos se deben interpretar no solo en clave institucional y de presente, sino electoral para un futuro mediato. Porque los acontecimientos de las últimas horas, con los reveses inesperados en el techo de gasto, los Presupuestos y la Ley de Extranjería, a manos de Puigdemont, han sido una ducha fría de realidad sobre la evanescente estabilidad del Gobierno. La verdad es que Sánchez está en manos del expresidente catalán y que, en efecto, lo comprometido en su día no fue la legislatura, sino tan solo la investidura, como avisaron desde Junts y negaron en Moncloa. Sánchez se debate ante un sudoku irresoluble en el Principado, pues la Presidencia de Illa y el acuerdo con ERC resultan incompatibles con el soporte vital de los siete diputados de Puigdemont en Madrid. Acción y reacción en una secuencia natural. El presidente lleva camino de sumar un segundo año de prórroga presupuestaria, lo que en la doctrina y los cánones democráticos únicamente admite una interpretación como es que Sánchez se encuentra en minoría. Esa condición se ha refrendado con nada menos que 32 derrotas parlamentarias en solo ocho meses. El día a día del desempeño en Moncloa ha rubricado que su acción ejecutiva está prendida al chantaje de los enemigos de la España constitucional, especialmente del incontrolado e incontrolable Puigdemont y sus planes personales. La aritmética que proveyó la soberanía nacional nunca fue favorable a su Presidencia, y mucho menos un voto de confianza a sus actuaciones. Sencillamente, Sánchez se deshizo de cualquier escrúpulo y freno moral que frustrara continuar en Moncloa. Alberto Núñez Feijóo reclamó de nuevo ayer elecciones porque «así no podemos seguir». El líder del primer partido de la nación está cargado de razones para reivindicar que los españoles decidan en las urnas sobre un periodo aciago y decadente, con la democracia y sus fundamentos arrumbados desde un poder cercado por la corrupción. Sánchez se ha atrincherado. Resistirá, pero no gobernará, a costa del bienestar de los españoles.

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