Ayrton Senna en la suite 200

Ayrton Senna en la suite 200

El abismo que en ocasiones aparece antes de dormir y se expande desde el estómago fue especialmente profundo aquella última noche. Era el 30 de abril de 1994. Como si de una sesión privada de cine se tratara, el techo de la suite 200 del Hotel Castello de Castel San Pietro Terme parecía proyectar una imagen tras otra desde la mente de su único huésped. El piloto brasileño Ayrton Senna, marcado por las trágicas sesiones de entrenamiento de los días previos en el circuito de Ímola —el piloto austriaco Roland Ratzenberger había fallecido y Rubens Barrichello sufrió un importante accidente— empezaba a ordenar las extrañas sensaciones que llevaban tiempo acompañándolo. La memoria lo lleva a 1982, al día en el que Gilles Villeneuve se estrella en el circuito de Zolder y pierde la vida. Admiraba al canadiense, aunque en aquel momento le dolió más el desprecio que le regaló su compatriota Nelson Piquet. En esa última noche, sin embargo, repasa lo que hizo al producirse el accidente de Villeneuve. No se diferenciaba mucho de su reacción tras los de Ratzenberger y Barrichello. A la sombra de la muerte se suman las que se ciernen sobre su relación con Adriane Galisteu, con quien llevaba saliendo algo más de un año: le han llegado ese mismo día a través de la grabación de una conversación telefónica. Para subir de ese abismo, Senna recurre a la infancia. A la primera vez que tuvo un volante entre sus manos.

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