Bandera roja

Bandera roja

Nada hacía suponer que sufriríamos un sobresalto esa mañana. La playa estaba abarrotada. Más de la mitad, extranjeros. El mar, en calma. La bandera, verde. El agua, tibia. La gente se bañaba alegremente o reposaba bajo la sombrilla. Pasaban los africanos, como siempre, con sus mercancías: bolsos, gafas, gorras…Quemaba la arena. De vez en cuando cruzaba un velero lejano. Cumplido el rito obligado de embadurnarnos el cuerpo para protegernos del sol, emprendimos nuestro paseo habitual por la orilla. La única novedad era la aparición de medusas oscuras, como enormes huevos fritos, parece que inofensivas. Nos bañamos en la otra playa, al final del paseo, junto al acantilado. El agua estaba limpia, transparente. Había bancos de peces. Con el cuerpo aliviado, regresamos a la sombrilla. Y entonces ocurrió lo inesperado.

Había pasado menos de una hora desde que emprendimos el paseo. Una socorrista hacía sonar con fuerza el silbato avisando a un hombre de que debía salir del mar inmediatamente. Era extraño. No había nadie más en el agua. Y el mar seguía en calma, como antes. ¿Qué estaba pasando? Un policía municipal daba explicaciones en la orilla rodeado de bañistas. Fue cuando advertimos que habían puesto bandera roja. En minutos habíamos pasado del verde al rojo. ¡El agua estaba contaminada! ¡Prohibido bañarse en la playa de la Glea, nuestra playa de siempre! El verano dejaba de ser azul. Esta playa de la Glea, al sur de Cabo Roig, es la más amplia del contorno. Luce bandera azul. Y resulta que en la medición rutinaria del agua habían descubierto que estaba contaminada por residuos, con un nivel microbiológico elevado. El Ayuntamiento de Orihuela informó a la vez de que también estaba prohibido el baño en la cercana Cala Mosca, una preciosa playa entre rocas, pequeña y recogida, de arena fina y tostada, sobre la que algún descerebrado había depositado basura, residuos tóxicos. Cala Mosca también luce bandera azul. Estamos apañados. Un poco más arriba, en Valencia, también han tenido que cerrar unos días al baño este verano la playa de El Saler por un vertido. ¡Pobre Mediterráneo!

En busca de un poco de tranquilidad y de silencio decidimos huir y pasar el día junto a las gaviotas en la mítica isla de Tabarca, donde además podríamos disfrutar de un sabroso «caldero». Tomamos el ferry en Santa Pola, donde sorprende al inocente viajero el trasiego de barcos. Los malos augurios se confirman. Una ruidosa muchedumbre ha invadido el poblado. De poco sirve la exigente política medioambiental promovida por la Unión Europea si los seres humanos estamos empeñados en cargarnos nuestro hábitat natural.

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