Biden y los demás

Biden y los demás

Escribió Susan Sontag que las mujeres envejecen y los hombres maduran. Pero no solo diagnosticó esa diferencia social, sino que dedicó artículos y ensayos a escrutar el paso del tiempo y la compleja relación que los seres humanos mantenemos con su inevitable devenir. De aquella inquietud suya me viene hoy la duda sobre qué postura habría adoptado ella, una de las mentes más lúcidas de la intelectualidad norteamericana, acerca de Biden y su intervención en el debate presidencial. Vivimos en una sociedad concernida hasta la obsesión por la apariencia y por la exhibición de la juventud, divino tesoro, y, pese a que sabemos que asumir la edad propia es requisito básico para una saludable relación con las circunstancias, esas que van ligadas a nuestro yo, la realidad es que el afán por adorar la lozanía puede llevarnos a convertir en virtud lo que no es más que una condición irremediable y, además, pasajera. Sin embargo, y frente a esta pulsión juvenil, la primera democracia del mundo se pasa al otro extremo, como una conjura salvaje contra el edadismo o un péndulo generacional enloquecido, y luce a dos candidatos presidenciales que cortejan, uno por delante y otro por detrás, los ochenta. Coincidían estos días varios periodistas americanos en sus crónicas en desvelar las llamadas, muchas, de responsables demócratas intentando convencerles de la capacidad de trabajo y del liderazgo de Biden, de las bondades y ventajas de que aspire a revalidar la Casa Blanca, como queriendo suavizar el impacto de lo que vieron en directo 50 millones de votantes. Delataban así sus miedos y reconocían, de paso, la responsabilidad del partido demócrata por no haber afrontado antes su evidente punto débil y ponerse al borde del precipicio a cuatro meses de las elecciones y apuntaban, sin saberlo, a que la clave profunda de todo lo que ocurre está en la decadencia de los partidos en Occidente. Y de ese asunto, por desgracia, tampoco podemos saber ya qué opinaría Sontag.