Borussia Dortmund – Real Madrid: Nacho, el barro, las diabetes y 5 Champions

Borussia Dortmund – Real Madrid: Nacho, el barro, las diabetes y 5 Champions

Era otro Real Madrid, otra ciudad y otra época. Probablemente más incómoda, pero la nostalgia es una trampa: te hacer ver mejor lo que sólo era bueno porque eras joven. La Ciudad Deportiva del Real Madrid se situaba donde hoy se levantan los cinco rascacielos. «Aquello era un santuario, la conocí con 13 años y ya era un lugar de culto, cuando era jugador y también luego estuve cuando era entrenador, 13 años después», cuenta Rodolfo de la Rubia, responsable de «Madrid Football Académico» y que también fue entrenador de aquel Alevín en el que entró Nacho en 2001, en aquella Ciudad Deportiva, en aquel mundo ya lejano: «Era un sitio muy cercano, familiar, nos cruzábamos con los jugadores del primer equipo en los pasillos. Ellos estaban al fondo, nosotros, en la entrada», cuenta.

Nacho llegó al alevín y desde ahí pasó por todos los filiales: Infantil B y A, Cadetes B y A, Juvenil B y A, Real Madrid C, Castilla, Real Madrid y después de levantar hace uno días el título de campeón de LaLiga, quiere hacer lo mismo mañana con el trofeo de la Champions. Sería el círculo perfecto, el sueño que probablemente ni de niño se atrevería a soñar. «Nacho de niño era como es ahora, muy responsable, con mucha personalidad, con unas condiciones físicas muy buenas y destacaba sobre el resto, o eso me lo pareció», recuerda ahora De la Rubia desde su escuela. Como muchos niños de la Comunidad de Madrid, Nacho jugaba en el Torneo Social del club porque era en el que se probaban todos los chavales que los ojeadores decían que destacaban.

Hasta que Nacho dejó de ir.

Con más hijos, viviendo en Alcalá de Henares, sus padres no podían llevarlo. «Entonces fue la última vez que molesté a Vicente del Bosque», asegura Rodolfo de la Rubia. Era el encargado de la Ciudad Deportiva e hizo caso a su entrenador: llamó al padre de Nacho para contarle que contaban con él para el Alevín, que estaba dentro, definitivamente.

«Siempre he dicho lo mismo: que me llamaba la atención la confianza en sí mismo, con sólo 11 años», cuenta De la Rubia. «Me admiraba la capacidad para dosificar sus esfuerzos. Tenía apariencia de ser indolente, de realizar el mínimo esfuerzo, pero es que estaba dosificándose, para después ponerse a la altura del jugador más rápido del equipo contrario. Dominaba muy bien sus capacidades para no gastar más fuerzas de las necesarias y ponerse a la mayor exigencia sin problemas». Nacho llegó como centrocampista y De la Rubia ya le puso como central, la posición en la que ha completado los mejores años de su carrera.

Nacho iba, como los otros niños de su equipo, tres días a la semana a entrenar a la Ciudad Deportiva. No era como Valdebebas, donde los numerosos campos y la residencia son perfectos para crecer y desarrollarse, donde se hacen tours a los medios y equipos de fuera y quedan impresionados por las instalaciones.

Otra Ciudad Deportiva

La Ciudad Deportiva anterior era más pequeña, más pobre, antigua ya, quizá más cercana, pero con menos posibilidades. El primer equipo entrenaba en el campo de hierba principal, con pequeñas gradas desde donde los periodistas veían los entrenamientos y después coincidían con los futbolistas en el aparcamiento. Todo estaba a mano. «Luego había otro de hierba natural y dos más de tierra», recuerda De la Rubia. «Cambiaron la estructura de ese espacio e hicieron dos de hierba artificial y mantuvieron el de tierra hasta que lo tiraron todo».

En ese campo entrenaba el alevín una vez a la semana «y los días que había lluvia y barro», todos disfrutaban como locos, tirándose al suelo, manchándose, sin más preocupaciones. Unos niños y un balón, porterías y barro.

 

«Lo de que llevasen bien los estudios lo dejábamos en manos de los padres», sigue De la Rubia. «De vez en cuando les lanzábamos ese mensaje de estudiar, pero no era muy real, les amenazabas un poquito con eso y tenías un poco de respuesta, pero sin continuidad».

Una cosa, sin embargo, es llegar al filial del Real Madrid y otra cosa, muy distinta, enormemente distinta, es avanzar y convertirse en jugador profesional. Y jugar en el primer equipo ya es aterrizar en otro planeta. «Muchísimos no llegan», analiza Rodolfo de la Rubia. «No sabes si los jugadores van a ir de menos a más o de más a menos o si va a influir la suerte, que no haya lesiones y circunstancias que te elevan o al contrario».

Por ejemplo, que un médico te diga que tienes diabetes y que te olvides de seguir jugando al fútbol. Le pasó a Nacho nada más empezar. Ahí se podía haber acabado todo. Pero, tras un tiempo parado, volvió, con diabetes, sin prisa y sin pausa. Del barro del pasado a la Champions de mañana.