Cambio de ciclo en Reino Unido tras 14 años de gobierno conservador

Cambio de ciclo en Reino Unido tras 14 años de gobierno conservador

«Se acabó». Esta fue la expresión más escuchada en la sede del Partido Laborista en la noche electoral de aquel diciembre de 2019, cuando Boris Johnson cosechó una victoria no vista desde los tiempos de Margaret Thatcher. El Partido Conservador, la máquina más prolífica de la democracia británica, lo había vuelto a hacer. Pese al mandato de austeridad y un caótico Brexit que había dividido a la sociedad y bloqueado Westminster, los tories, con esa capacidad camaleónica, consiguieron convencer al electorado que el estrambótico político de melena albina -precisamente uno de los promotores del divorcio europeo- era el único que podía arreglar las cosas.

Los laboristas, humillados con sus peores resultados desde 1935 con un radical Jeremy Corbyn, asumieron que habían sido condenados a estar, al menos, otra década más en la oposición. Incluso los distritos del llamado Muro Rojo del norte de Inglaterra, donde habían mantenido su feudo desde la II Guerra Mundial, les habían abandonado. Sin embargo, el electorado es volátil y ante las elecciones generales que se celebran este jueves demandan ahora un cambio de ciclo. Llega el fin de una era para los conservadores tras catorce años en el poder, tal y como predicen todas las encuestas.

Tras un período apocalíptico post Brexit, post caos, los británicos se han cansado de tanto «show». Anhelaban aburrimiento y seriedad. Y esto es precisamente lo que ofrece ahora Keir Starmer, 61 años, el laborista llamado a ser el próximo primer ministro.

En un Reino Unido donde el conservadurismo ha dominado la historia de Westminster, defiende que los británicos no deben temer ahora un retroceso hacia el socialismo radical. En 1997 -cuando se vivió otra histórica victoria laborista como la que se espera ahora- Tony Blair intentó disipar temores similares declarando: «Hemos sido elegidos como Nuevo Laborismo y gobernaremos como Nuevo Laborismo». Y ahora Starmer -que nada tiene que ver con su radical predecesor, apodado como el «Pablo Iglesias británico»- se hace eco exactamente de las palabras de su mentor: «Hemos hecho campaña como un Partido Laborista renovado y gobernaremos como un Partido Laborista renovado». Nadie sabe aún con certeza qué significa el «starmerismo», pero sí pasa por estrechar de nuevo relaciones con Bruselas.

Con todo, estas elecciones no serán el triunfo de un líder laborista que entusiasma. Es más bien la derrota de una formación que, tras cinco primeros ministros diferentes, mostraba desde hace tiempo claros signos de agotamiento y debilidad por las guerras internas. El Brexit no fue la solución a todos los males, como prometieron los euroescépticos. Y tampoco logró unir al partido.

Pese a que la cita con las urnas se esperaba para otoño, el aún inquilino de Downing Street, Rishi Sunak, anunció en mayo un adelanto electoral aprovechando que la inflación -que llegó hasta los dos dígitos- mostraba claros signos de mejora. Su sueño siempre fue el de repetir el milagro cosechado por John Major en 1992, cuando éste desafió todo pronóstico y terminó superando incluso los triunfos cosechados por la Dama de Hierro en 1979, 1983 y 1987. Ningún gobierno desde la reforma parlamentaria de 1832 había ganado cuatro elecciones consecutivas y ninguno había conseguido una victoria empezando la campaña con los sondeos en contra.

La última encuesta a gran escala de YouGov sobre la campaña revela que los conservadores se reducirán a solo 102 diputados, perdiendo más del 70% de los escaños que el partido ganó hace cinco años. Se espera que los laboristas obtengan 431 escaños, lo que le dará a Starmer una mayoría aplastante de 212, superando la victoria de Tony Blair en 1997 y convirtiéndolo en el líder más exitoso en términos electorales. Si se confirma el viernes, también sería la mayoría más grande para cualquier partido desde 1832.

Parte del declive conservador se debe a la irrupción en campaña del populista de derecha radical Nigel Farage -«enfant terrible» de la política británica y amigo íntimo de Donald Trump- quien, como líder ahora de Reform UK, podría conseguir, en su octavo intento, su primer asiento en la Cámara de los Comunes. Algo épico.

El centrismo conservador que en 2010 llevó a David Cameron a Downing Street -el mismo que ahora está siendo defendido por Sunak- ha dejado de ser atractivo para gran parte de las bases. El voto conservador tradicional exige ahora respuestas mucho más contundentes a cuestiones como la inmigración, que ha alcanzado niveles récord pese a que el Brexit prometía el control de las fronteras.

El nivel de aniquilación que se espera para los «tories» se compara incluso con los conservadores canadienses en 1993 cuando terminaron con tan sólo el 16 por ciento de los votos, un apoyo tan nimio que pasaron de 169 escaños a sólo dos. Hasta el día de hoy, es la peor derrota sufrida por cualquier partido gobernante en una democracia avanzada. Por su parte, la cita con las urnas también augura una mala noche para el independentismo escocés. El SNP, que lleva dominando las últimas dos décadas la política de Edimburgo, está sumido en una profunda crisis de identidad.

En definitiva, fin de una era para los tories, formación que ha estado en Downing Street durante más de una década hasta en tres ocasiones desde la II Guerra Mundial. En los años cincuenta, transformaron un Imperio enfermo y bombardeado en un país próspero. En los ochenta, bajo la Dama de Hierro, redujeron el tamaño del estado y remodelaron la economía.