Huyendo de alabanzas a las tabernas frente a las franquicias o de cuestiones morales referidas a alquileres y grandes grupos de inversión, la pregunta es la siguiente: ¿Por qué desaparecen algunas bebidas enraizadas en el jolgorio popular y permanecen otras? ¿Por qué licores como el Peché o el Peppermint pasan a ser un vetusto trofeo de estantería? ¿Cómo es posible que hordas de veinteañeros hayan sintetizado litros y litros de calimocho en mezclas infames, aliñadas en ocasiones por arropes de mora, y ahora peregrinen sin éxito tratando de encontrar una barra donde sirvan vino de tetrabrick?
Seguir leyendo