Cómo decir adiós y otras cosas de la legislatura

Cómo decir adiós y otras cosas de la legislatura

«L’Equipe» dedicó esta semana una de sus portadas a Rafael Nadal. Nada extraño considerando el nivel de trayectoria deportiva; lo excepcional del protagonismo radicaba en el tono elegido por el diario francés para su titular «Comme se dire adios» que, además de sugerir una clásica canción francesa, desprendía aire de despedida. La derrota del manacorí en Roland Garros dejó cierta sensación de fin de ciclo, aunque sin confirmar y sin el homenaje a pie de pista que sí tuvo en el Mutua Madrid Open. Sobre la tierra batida parisina quedó la duda, como flotando, sobre si ese era o no el último torneo del tenista de los 14 triunfos: el propio Nadal asumía que aún no puede poner fecha al desenlace y que debe convivir con la incertidumbre. Ay, las incertidumbres de los finales. Una de las incógnitas de la vida que, en realidad, muchas veces se resuelve siguiendo sus propios ritmos, disociados de las múltiples pistas que parecen ir marcándolos irremediablemente.

Y en una de esos momentos de vacilación parece encontrarse la actual legislatura. La XV de la democracia que, pese a sus rasgos peculiares, conecta con algunas de las que la precedieron por su nivel de agitación y tensión. El ciclo político nació condicionado por la Ley de Amnistía como piedra de toque y, hasta ahora, su producción legislativa termina ahí. Tras el fracaso de la ley contra el proxenetismo, una de las regulaciones estrella del PSOE, y la retirada «in extremis» de la ley del suelo para evitar otro varapalo parlamentario, la capacidad legislativa ha quedado en evidencia y ya solo está por dirimirse si es algo transitorio, resultado del furor electoral con cuatro convocatorias en los primeros seis meses del año, que han impedido la consolidación de cualquier negociación ajena a las perversas dinámicas demoscópicas, o un defecto estructural que impide cualquier posibilidad de gestión.

Basta cualquier conversación por los pasillos de las Cortes para constatar la sensación de bloqueo. Quizá sea haber cruzado el 29 de mayo, esa línea imaginaria entre el espacio sin posibilidad de cita con las urnas y el momento en el que presidente del Gobierno recobra, un año después, la facultad de activar la disolución de las Cortes. O quizá sea el eco del runrún de alguna hipotética moción de censura. O quizá sea, sin más, la incógnita de cuánto tiempo pueda mantenerse la anormalidad política de una suma equilibrista y demasiado titiritera de escaños sin constatar su viabilidad real. «Comme se dire adios».