Considerando en frío

Considerando en frío

La semana pasada, hace la pitagórica cifra de siete días, vertía una serie de consideraciones en esta columna al respecto del turismo. Aunque imagino que sus letras pudieran cosechar algún bufido arrastrado por el viento (¡hey, o quizás estaba estupenda!) la citada columna obtuvo el botín de un comentario en la versión digital. Se trataba de alguien que se autoidentificaba de «indepe» y que denominaba mis argumentos de «curiosos». Yo leí aquella divisa y por la noche pasé mucho calor. Sudé mares. Me pregunto qué no recuerda mi consciencia pero algo dentro de mi me dice que soñé con SRubio, el no tan anónimo lector. En mi fantasía nos conocíamos y tomábamos unas «escopinyes», rebañábamos un mar y montaña (para ser más específicos, de cigalitas y pies de cerdo, mi favorito), y, a la altura de la ratafía estábamos acercando las narices al borde del romance. Sepan algo: es tan difícil obtener un mensaje positivo de alguien en internet, aunque te dejes la vida y pongas el corazón en ello… que aquel mensaje de mi «indepe» favorito (¿quizá se llame Sergi?) me calentó el corazón, qué se yo, desató mi fantasía, a pesar de que tengo la casi absoluta certeza de que mi interlocutor trataba de hacerme una crítica que le salió regular y a mí me pareció un elogio. Me vale así también.

El otro día discrepé con mi cuñado y me señaló con el dedo. Me acusó de ser prácticamente el letrinero de los «wokes» del universo. Yo menté a otros propagandistas y nos tomamos un gin tonic en silencio. Mirando con la barbilla levantada permanecimos durante un cigarro interminable. Admito los hechos, fui a tocarle las narices. Yo dije que Blancanieves podía ser negra y se armó la marimorena. Ni siquiera lo pienso, o en realidad es un asunto que me trae sin cuidado, pero aquella mención desató nuestros quijotes interiores, que galopaban en una dialéctica desquiciada contra enemigos imaginarios. Me pregunto qué nos pasa. ¿Por qué estamos siempre dispuestos a enfadarnos por la más nimia cuestión, llevando al esencialismo y al precipicio las más peregrinas batallas? Puede que todo sea culpa de las redes, que nos han hecho así de irascibles y ya no sabemos discrepar. Aventuro un giro copernicano de las relaciones humanas. Nos vamos a volver mudos, a perder toda capacidad de comunicarnos que no sea por escrito, en la trinchera del «post». Me quedo con los versos de César Vallejo: «Considerando / que el hombre procede suavemente del trabajo / y repercute jefe, suena subordinado; / que el diagrama del tiempo / es constante diorama en sus medallas / y, a medio abrir, sus ojos estudiaron, / desde lejanos tiempos, su fórmula famélica de masa…».

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