Convencer sin asustar

Convencer sin asustar

Hace veinticinco años, cuando publiqué el libro “El Desarrollo Sostenible en España”, pocos teníamos mucha idea sobre el concepto de sostenibilidad, que sin embargo hoy se ha extendido en todos los ámbitos, de manera tan generalizada que pocas empresas carecen de planes para transformar su actividad en sustentable. Este avance era en aquellos años inimaginable. El desarrollo sostenible aparecía como un concepto difuso, alumbrado en 1987 por la ex primera ministra noruega Go Harlem Brundtland, cuando presentó en Naciones Unidas el Informe Brundtland, en el que ponía de manifiesto como el avance social y el desarrollo económico globalizador se estaba llevando a cabo mediante un coste medioambiental desmesurado. La mandataria utilizó por vez primera el termino desarrollo sustentable, que definió como aquel que satisface las necesidades del presente sin comprometer las futuras. Ya antes había hablado sobre sobre sostenibilidad el profesor alemán Ernst F. Schumacher en su libro “Small is Beautiful”, subtitulado “Un estudio de economía como si la gente importase”. Ahí está la clave: el desarrollo a lo grande importa, pero lo que debe importar más son las personas. El crecimiento desaforado, el consumismo sin límite, la contaminación, el hacinamiento, el mundo loco de las prisas, el estrés, etcétera, deberían ser revisados desde planteamientos críticos, humanamente sostenibles. Es decir, todo en su justa medida, porque tal vez nos hemos olvidado de que lo importante no es sólo crecer y prosperar, sino también ser felices con las pequeñas cosas. De ahí ese “lo pequeño es bello” que da nombre al afamado libro de Schumacher.

Por fortuna hoy existe una extendida conciencia sobre la necesidad de pensar y actuar en verde, en clave sostenible, no solo desde el punto de vista de la energía o el reciclaje, sino también como una manera de entender el mundo o de vivir. Ya hay quien defiende la tesis de que el desarrollo sostenible se nos ha quedado corto, pues lo que necesitaríamos es decrecer. Aunque se trate de un asunto interesante, no vamos a entrar hoy en ese debate. Es evidente que a la concienciación sobre la sostenibilidad han contribuido los informes y la presión de los científicos que llevan años alertando sobre los peligros de un crecimiento irresponsable. La conciencia de lo verde es un hecho constatable. Educación en verde, cultura ecológica, conciencia real sobre los peligros de la polución, las emisiones y los excesos de una actividad humana agresiva. Cierto que hay bastante postureo. Por desgracia el “greenwashing” está más extendido de lo que pudiera parecer. No abundan las empresas que desarrollan toda su actividad en clave de sostenibilidad, pero las hay, y en España son buen ejemplo de ello Acciona o Iberdrola, por citar a algunas de las más destacadas. El “greenwashing”, siendo un planteamiento tramposo, también nos da una idea sobre cómo las cosas han cambiado. Las empresas incurren en esta suerte de apariencia verde para vender un compromiso ecológico que en realidad no tienen, pero que saben es hoy una necesidad real, pues la sociedad lo demanda.

Bien, pues hasta ese postureo es positivo. Demuestra que la necesidad de ser sustentables ha calado y ya nadie quiere ser señalado como enemigo de la sostenibilidad. Ahora bien, hay que pasar de la teoría a la práctica. Sólo que aquí empieza a surgir el debate de cómo hacerlo. En los últimos años se ha impuesto el método de asustar y amenazar. Desde que Al Gore empezara a concienciar al mundo sobre las tragedias que se avecinaban si no hacíamos lo que él predicaba, la línea de aterrorizar a la humanidad anunciando cataclismos se ha hecho fuerte y ahora es lo habitual en programas de radio y televisión. El problema es que se hace con tal vesania argumental que estamos llegando a una especie de dictadura del relato que no admite análisis, opiniones contrastadas o críticas a las posiciones oficiales. Tenemos ahí un problema, no menor. La tradición de imponer sin convencer se ha demostrado desde siempre una fórmula errada. El ordeno y mando sin mediar razonamiento nunca funciona como debiera porque a la postre acaba produciendo rechazo y un efecto boomerang indeseado. Las personas actúan en sentido positivo cuando han sido convencidas con argumentos, nunca si se las obliga a hacer lo que dicen unos gobernantes que se creen en posesión de la verdad, aunque no siempre la tengan.

Le escuché recientemente esta teoría a la psicóloga Elke Weber, premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA, que en entrevista de Rafa Latorre en La Brújula de Onda Cero explicó cómo en materia de lucha contra el cambio climático no hace falta sólo asustar, sino ser más propositivos a la hora de convencer a la gente sobre los retos a los que nos enfrentamos. “Una narrativa positiva, en vez de hablar de la distopía y de lo horrible que va a ser todo (… ) en vez de hacer que las personas se sientan culpables, podemos ayudar también a sentirse orgullosas de la solución”.

Reflexión más que acertada, con la que estoy completamente de acuerdo.