Crítica de “El 47”: yo me bajo en la próxima ★★★

Crítica de “El 47”: yo me bajo en la próxima ★★★

Charnego: palabra despectiva utilizada en Cataluña entre los años 50 y 70 para referirse a las personas inmigrantes que vivían en dicha comunidad autónoma procedentes, por lo común, de otros territorios de España. Por eso, Manolo (excepcional Eduard Fernández), que, junto a otros extremeños como él y andaluces, compraron una parcela para hacerse una casa en Torre Baró, una parte de Barcelona «detrás de la montaña», se empeñó en aprender el idioma pronto.

Bien es verdad que antes se enamoró de una monja de allí con la que acabó, tras colgar los hábitos, arrejuntado, y que para él era una demostración de amor decirle t’estimo. Con los años, Manolo acaba siendo conductor del autobús número 47, pero, un día, se cansó de que en Torre Baró, «que la construimos con nuestras propias manos», no hubiese agua, ni luz, ni alcantarillado, ni transporte público, ni nada, cuando, eran, también, Barcelona.

La película de Marcel Barrena, a veces costumbrista, otras un poco melodramática, y siempre Eduard Fernández, narra la historia de un acto de disidencia pacífica y del movimiento vecinal que en 1978 transformó aquella ciudad que no reconocía el extrarradio. El Ayuntamiento, que pintarrajearon en señal de protesta, insistía: los autobuses no pueden subir las cuestas de ese distrito casi fantasma. Pero un héroe anónimo demostró que sí, que por muchas burguesas pre pujolistas que se la pasasen bien viendo sus esfuerzos, él lo haría. Hoy, aquella zona sigue estando, aunque menos, olvidada.

Lo mejor:

Un extraordinario Eduard Fernández; escenas como la del reloj no se pueden olvidar

Lo peor:

Hay algunos personajes escasos de desarrollo y a los que les pesan los tópicos

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