Crítica de “La promesa de Irene”: ¿otra del Holocausto? ★★

Crítica de “La promesa de Irene”: ¿otra del Holocausto? ★★

¿Otra película sobre la persecución judía es posible? Cuando, con pocos meses de diferencia, han coincidido en nuestras carteleras “Los niños de Winton” y ahora “La promesa de Irene”, el cine parece responder que no (a no ser que el Holocausto sea un agujero negro, un fuera de campo: “La zona de interés”). Ambos filmes hablan de esos héroes anónimos que se dejaron la piel para salvar a las víctimas en circunstancias más que adversas, aunque el caso de Irene, que, también, está inspirado en una historia real, demuestra hasta qué punto la ficción siempre se queda boquiabierta ante la inverosimilitud de la vida.

Si la película de la canadiense Louise Archimbault da por hecho que la hazaña de Irene (una inspirada Sophie Nélisse) tiene mucho de quimera quijotesca, y que justamente eso es lo que le da su potencial dramático, también asume que los oficiales de la SS tienen que tirar bebés al suelo y machacarles la cabeza, y silbar cuando ahorcan a los cómplices prosemitas. Es decir, los clichés del cine del nazismo están para explotarlos, aunque solo sea para recordarnos que esta es una historia de héroes y villanos.

Por otra parte, la única novedad relevante del filme, a su vez adaptación de la obra teatral basada en las memorias de Irene, es el uso de los espacios: la mansión del oficial nazi en la que Irene ejerce como ama de llaves se concibe como un caballo de Troya, una puesta en abismo en vertical que, en las catacumbas de su sistema digestivo, oculta a su peor enemigo, aquello que acabará destruyéndolo desde dentro.

Lo mejor:

La idea de que un espacio del Mal acoge el anticuerpo que acabará dinamitándolo.

Lo peor:

Tener la sensación de estar viendo otra-película-sobre-la-persecución-judía.