¿Cuándo comenzaron los barceloneses a ir a las playas de la ciudad?

¿Cuándo comenzaron los barceloneses a ir a las playas de la ciudad?

Barcelona, pese a encontrarse junto al mar, no tuvo playa tal y como la entenemos hoy en día hasta 1992, año en que se celebraron los Juegos Olímpicos. Hasta aquel momento la línea de costa estaba plagada de edificios industriales, aunque si que existían ya en los años 60 y 70 espacios para bañarse y tomar el sol similares a los actuales. Actualmente Barcelona cuenta con siete playas artificiales a lo largo de más de cuatro kilómetros de litoral y ha sido escogida por National Geographic como uno de las diez mejores ciudades costeras del mundo.

Desde la época medieval, la historia de Barcelona ha sido un idilio permanente entre el mar y la tierra; una relación que ha permitido una confluencia constante de pueblos y culturas que ha otorgado a la ciudad su indiscutible condición cosmopolita y mediterránea.

Las escenas de personas bañándose en las playas son una de las imágenes más repetidas en verano. Históricamente, no siempre ha sido así. Los ciudadanos acomodados no tenían por costumbre exponerse al sol y el bronceado se asociaba a la gente de clase baja. Tal y como explica el antropólogo e historiador Xavier Theros, en el siglo XVIII la gente humilde ya se remojaba en el mar durante la noche de San Juan. De hecho, durante la época no se veía con buenos ojos bañarse en cualquier tipo de agua y circulaba un dicho que decía “hombre de baños vive pocos años”.

Pese a que el hecho de bañarse en la playa todavía no se había extendido entre los barceloneses, en 1805 ya existía una ordenanza municipal que especificaba que las mujeres sólo podían remojarse los pies hasta los tobillos. Unos años más tarde, se configuraron las primeras playas de bañistas en las que hombres y mujeres se bañaban por separado. Los hombres lo hacían en la playa de la Mar Bella, bajo el antiguo faro del muelle de pescadores o en la antigua playa de Sant Bertran, al final de la avenida del Paral·lel actual. Y las mujeres se bañaban entre las rocas que había frente a la llamada torre de las Pulgas, donde hoy se encuentra el monumento de Colón.

La monarca Isabel II, que sufría psoriasis, venía a Barcelona y Caldes d’Estrac para aprovechar las propiedades sanadoras del agua del mar. En paralelo, un médico de la época, Felip Monlau, publicó un libro en el que se ponían de relieve las virtudes médicas del agua salada. Según Theros, estos hechos contribuyeron de forma importante al estallido en la popularización de los baños en la playa entre todas las clases sociales.

El desembarco de los ciudadanos en la playa hizo aparecer las primeras casas de baños como las de Vista Alegre, en Can Tunis, o los baños de la Junta de Damas de la Casa de la Caridad, en la Barceloneta. Estos espacios hicieron mucha fortuna hasta el punto de que en 1860 se empezaron a abrir los primeros balnearios marítimos como La Deliciosa, situado al final del paseo de Joan de Borbó. Sin embargo, casas de baños había un buen puñado, especialmente en las últimas décadas del siglo XIX y hasta la Guerra Civil. Entre la retahíla de esta tipología de negocios estaban los lujosos Baños Orientales, los del Astillero, los de San Miguel, los de Neptuno, el Tritón, los Baños Zoraia, los Cibeles, la Sirena o los baños de la Mar Bella . Sin embargo, las casas de baños empezaron a decaer en la posguerra y coincidiendo con los Juegos Olímpicos del 92 se echó al suelo la última que seguía de pie.

Fue a principios del siglo XX cuando empezó a alternarse el uso de las casas de baños con el acceso a las playas abiertas. La moda del naturismo, que apreciaba las propiedades de los baños de mar y del agua marina, jugó un papel importante en la popularización de la costumbre de bañarse. En la misma época surgen los primeros clubs de natación como el Club Natació Barcelona o el Club Natació Barceloneta que extendieron la afición por el deporte. Ya en los años 20 y 30 ir a la playa se convirtió en una actividad plenamente de ocio y los barceloneses empezaron a lucir los primeros trajes de baño. Estas prendas fueron motivo de controversia con la Iglesia por las partes del cuerpo que dejaban al descubierto. La hostilidad hacia esa exhibición de la anatomía humana se agravó durante la dictadura. Y ya en los 60 y 70 las playas se convirtieron en lo que son hoy, uno de los principales atractivos turísticos del país.