Cuando un partido democrático se confunde con ETA

Cuando un partido democrático se confunde con ETA

Decir ignominioso es decir Sánchez, decir mentiroso es decir Sánchez, y probablemente, o sin el probablemente, decir corrupto sea decir Sánchez. Ciertamente, tenemos una joyita de presidente, aunque por fortuna está más muerto desde el punto de vista político que el cordero que sirven en el kebab de al lado de casa. Nunca tan alta magistratura pudo caer más bajo ni un sujeto con menos escrúpulos llegar más alto. Las revelaciones del caso Begoña y el mismito caso Koldo demuestran que Luis Roldán ha tenido dignos sucesores socialistas en el arte del trinque. Un escándalo este último que no es sólo el caso Koldo, al que vilmente intentan endosar el muerto, ni el caso Torres, ni el caso Armengol, ni el caso Illa, ni el caso Marlaska, que también, sino sobre todo y por encima de todo, el caso Sánchez, la argamasa que los une todos.

Sánchez se ha ido de rositas de todas las pedazo de salvajadas que han jalonado su mandato. Desde ese cierre del Parlamento y el rosario de medidas inconstitucionales que adoptó con la excusa del covid hasta el episodio coquero y putero del Tito Berni y otros camaradas socialistas, pasando por su extrañamente multimillonaria directora general de la Guardia Civil, con imputado marido incorporado, o por esa jefa del Instituto de las Mujeres que demostró ser más capitalista que feminista. A los tres se los fumigó para esquivar su responsabilidad in eligendo e in vigilando. Como es más chulo que un ocho, se confió y tanto él como sus lugartenientes se metieron de hoz y coz en una espiral sobre-cogedora que ha degenerado en el mal llamado caso Koldo y el bien denominado caso Begoña, sin olvidar el de un hermanísimo que cada día tiene peor pinta para el hermano.

Con ser fuerte nivel dios todo esto resulta moralmente casi insignificante al lado del pecado original del personaje: una manzana llamada ETA que la serpiente diabólica puso en su boca y él engulló encantado de la vida. El «sí» de Bildu, es decir, ETA, esto es quienes asesinaron a 856 españoles, 12 de ellos socialistas, ayudó a sacar adelante la moción de censura en 2018. Los etarras respaldaron igualmente su investidura en 2020 e hicieron lo propio hace 11 meses alterando el veredicto de las urnas. La love story de Sánchez y el hijo de Satanás de Otegi ha llegado a tal punto que en estos momentos es su más fiel aliado. El tío se lo ha currado: pone en libertad asesinos o les concede beneficios penitenciarios con la misma facilidad con la que Mbappé o Haaland meten goles, da el pésame a la familia de un etarra que se suicidó en prisión ahorrando dinero al contribuyente y consiente por omisión esos ongi etorri en los que se homenajea a los terroristas que salen de prisión ciscándose en la memoria de sus víctimas. La penúltima ha sido esa reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana que permitirá que sus amiguetes apedreen, apaleen o incineren a placer a los antidisturbios. La última es el no va más: una reforma Txapote que anticipará un lustro de media la excarcelación de algunos de los más sanguinarios pistoleros. De momento, Txapote no le podrá votar, pero seguro que lo harán Anboto, Mobutu y Kantauri, multiasesinos donde los haya. Espero que algún día ese partido democrático que fue el PSOE recapacite sobre el daño que le están causando estos pactos que le identifican con el diablo. Claro que para entonces Sánchez estará pegándose la vida padre y tal vez la formación de la calle Ferraz ya no exista.

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