Democracia con oso azul

Democracia con oso azul

Neil Postman alertaba de los riesgos que se cernían sobre el hombre contemporáneo en su inmersión en el mundo del entretenimiento. «Divertirse hasta morir» fue, de hecho, el título de uno de los ensayos más conocidos del sociólogo estadounidense. Las distracciones y los focos, el «entertainment», tamizando todos los rincones de la vida moderna y difuminando los límites que separan los distintos ámbitos de las cuestiones públicas: ¿dónde termina el espectáculo y empieza, por ejemplo, la política? Nada tiene de malo sacarla a pasear fuera de la grisura burocrática, de vez en cuando, ni integrarla en las rutinas ciudadanas. El deterioro, el de verdad, llega cuando se degrada lo de todos, en el momento en que se frivoliza hasta el extremo de devaluar las instituciones (y sus significados) y el ágora se transforma en pista de circo. Esas ráfagas de degeneración son cíclicas: aparecen y desaparecen como fogonazos. Lo hemos visto desde hace décadas. El fenómeno antisistema es ya un clásico, tanto que fue recreado en un oso azul de dibujos animados que terminó como candidato en «Black Mirror», pero que, a veces, se hace muy real como para recordarnos los riesgos que están ahí. Y lo constatamos la noche del 9J.

No es ninguna novedad que satélites fuera del sistema se cuelen utilizando las herramientas democráticas; no es ninguna novedad que creen comunidad y seguidores a través de redes sociales al margen de los medios tradicionales (recordemos 2016: Brexit y Casa Blanca) y tampoco lo es que utilicen las instituciones en beneficio propio para ampararse en inmunidades frente a sus responsabilidades ante la Justicia. Pero, en la parodia total a la que asistimos ahora, hay un elemento relevante que se camufla entre el cúmulo de ridiculeces y que podría pasar por nimio si no fuera por lo que implica: más de 800.000 votos para «Se acabó la fiesta» sin rastro de programa electoral. Divertirse hasta morir.