El balance de las víctimas de trata que osaron destapar a guardias y proxenetas en el ‘caso Carioca’: olvidadas, “humilladas” y hasta muertas

El balance de las víctimas de trata que osaron destapar a guardias y proxenetas en el ‘caso Carioca’: olvidadas, “humilladas” y hasta muertas

Para unos ha salido gratis; para otros, a precio de saldo. El caso Carioca sobre la mafia del proxenetismo en Lugo fue tan grande y se dividió en tantas parcelas que es difícil echar la vista atrás y entender cómo aquel terremoto —que abrió las cloacas e hizo tambalear desde hace más de 15 años el apacible equilibrio de la pequeña ciudad gallega— ha tenido tan pocas consecuencias para los culpables. De todos los procesados, proxenetas y agentes del orden aliados con los dueños de los prostíbulos, el único que está entre rejas y que seguirá por un tiempo es el cabecilla de la trama, el temido dueño de los clubes Queen’s y Colina, José Manuel García Adán. El que en la primera década de siglo se labró fama de ser el tipo más duro de la ciudad cumple en la cárcel de Mansilla de las Mulas (León) la condena que le fue impuesta en 2014, casi 21 años, por maltratar y agredir sexualmente a la que era su pareja y madre de su hija. Luego, en diversas piezas separadas de la macrocausa Carioca, el gran proxeneta volvió a ser procesado como actor principal, pero ya se había inaugurado el periodo de rebajas en los Juzgados de Lugo. Las dilaciones indebidas que se acumularon en la causa son, explican desde la Fiscalía de Galicia, las que han motivado sucesivos acuerdos de conformidad con los acusados. El tiempo también hizo que muchos delitos prescribieran.

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Aquel fantasma del burdel

En las ruinas del Queen’s, el burdel central de la trama, donde se daban cita empresarios de postín, policías locales, nacionales, narcotraficantes, guardias civiles, ciertos políticos y demás consumidores de sexo de pago, un fantasma de mujer quedó vagando para la eternidad. En su despacho, la jueza guardaba un dibujo infantil, pintado por la hija de Adán, la niña de los ojos del proxeneta, que representaba, según explicó la propia pequeña, una chica enterrada. Cuando estalló la Carioca, Lugo amaneció con pintadas que preguntaban directamente “¿dónde está Ana?”. Algunas testigos dieron otros nombres, el supuesto fantasma que cobraba forma algunas veces, y otras se desdibujaba, podría conocerse también en aquel ambiente como Sandra, Sara o Paula.

Una extrabajadora recordaba en el juzgado aquella mañana en la que una brasileña de 19 años desapareció, después de una noche en la que se oyeron quejidos y un disparo en una habitación. Pasados los años, un día de 2014 los investigadores descubrieron que alguien había burlado el precinto judicial y había cortado y levantado el suelo de cemento de una caseta aledaña, en la finca del club. El condecorado pastor belga ‘Elton’, uno de los mejores canes que llegó a tener la Guardia Civil para detectar rastros de cadáveres humanos, marcó sin dudarlo el terreno donde De Lara sospechaba que había estado sepultado un cuerpo. El análisis de la tierra en el laboratorio nunca dio resultados y aquella pieza quedó en nada.

La mayoría de las piezas importantes del sumario, si no prescribieron o fueron sobreseídas (sobre todo en lo referido a agentes de todos los cuerpos), se despacharon con acuerdos de conformidad entre la Fiscalía y los acusados, como ocurrió con Marcos Grandío, jefe del club Eros, que vio rebajada de 26 a tres años su pena gracias a esta fórmula. Grandío fue otros de los proxenetas beneficiados esta semana en el último juicio de la Carioca.

Por su parte, el dueño del club Liverpool del municipio lucense de O Corgo, un antro donde se llegó a prostituir a dos menores y donde el jefe exigía hacerlo “sin goma” —porque los clientes eran señores mayores “de aldea” que estaban “limpios”— no llegó ni al banquillo. Con gran polémica entre colectivos feministas y partidos de izquierda, las fiscalas también pidieron archivar las pesquisas.

La trabajadora social Ana Barba, de Aliad Ultreia, aprecia, sin embargo, “un cambio de sensibilidad” por parte de los mandos de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado en Lugo. La Operación Carioca “visibilizó lo que estaba pasando” para una sociedad que ignoraba el submundo del proxenetismo y la trata. Sigue habiendo burdeles tradicionales, más de 15 en la provincia, pero ahora la actividad se ha trasladado a los pisos. La figura del explotador sexual sigue estando ahí, detrás de estos lugares que ya no son un establecimiento público, sino privado, y que requieren de una orden judicial para entrar. Pero ya parecen “impensables”, concluye Barba, esas escenas que aparecían en la Carioca: los guardias transportando mujeres desde el aeropuerto en sus coches patrulla; comiendo y cenando gratis, uniformados, en el burdel; bebiendo y practicando sexo con sus favoritas; catando y dando el visto bueno a las recién llegadas.