El diario de Amilibia: A ver si Vicent me da pistas

El diario de Amilibia: A ver si Vicent me da pistas

Tomamos café juntos alguna vez, nos veíamos en el Gijón, pero nunca fuimos amigos. Solo conocidos. Me imagino que ya es tarde para remediarlo. El maestro de las columnas admirables, dóricas y mediterráneas, Manolo Vicent, ha dicho en una reciente entrevista que le están haciendo a modo de despedida anticipada: «El día que no pueda nadar en alta mar, montar en bicicleta, ni ponerme los calcetines, daré por terminado mi paseo por este planeta». Tendría que caerme de un barco para nadar en alta mar y no sé montar en bicicleta (en mi infancia, la bici era un lujo burgués), pero aún puedo ponerme los calcetines; con esfuerzo, pero puedo. Me gustaría que me ayudara un mayordomo inglés, pero carezco de posibles para tanto. Manolo podría, pero no sé si le placen el té a las cinco y las novelas de Agatha Christie.

Lo que quisiera saber es cómo proyecta Manolo dar por terminado su paseo por este planeta, mayormente por si puede ofrecerme pistas al margen de las clásicas. ¿Irá a Suiza, donde la eutanasia es tan dulce como su famoso chocolate? ¿Se montará en un velero en alguna playa de Valencia y pondrá proa al horizonte, sin más, como en un lienzo de Sorolla? Me acaban de operar de cataratas y veo mejor, pero no sé si eso es bueno a estas edades; ahora me miro al espejo y éste me devuelve un escupitajo: descubro con claridad que estoy mucho más estropeado de lo que creía. Visito más la Fundación Jiménez Díaz que los cafés. Me he puesto audífonos y en realidad solo oigo mejor el ruido. Cuando comento que hablo con un cactus, mis vecinas me recomiendan que adopte un perro, y que si quiero un encuentro estilo «First Dates», lo más práctico para ligar es ir de viaje con el Imserso.

Joder, qué panorama, Manolo.

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