El error de cálculo del bunkerizado ayatolá Ali Jamenei

El error de cálculo del bunkerizado ayatolá Ali Jamenei

Israel, esta vez, sólo tuvo 12 minutos para avisar a su población de que se pusiera a resguardo en los búnkeres de los edificios de Tel Aviv y Jerusalén. Al lanzar por primera vez un misil hipersónico, Al Fatah, contra las principales ciudades israelíes, la República Islámica de Irán ha cruzado una línea roja y asume el riesgo de provocar una respuesta masiva que ponga en peligro sus propios intereses nacionales. Oriente Medio se desliza hacia una espiral de violencia que va in crescendo desde el pasado mes de abril, cuando Irán rompió el tabú del enfrentamiento directo con Israel. Hasta entonces Irán había utilizado a las distintas facciones chiíes y suníes (Hamás) de Oriente Medio, agrupadas bajo el «eje de resistencia», para hacer la guerra a Tel Aviv. Ese frágil equilibrio se rompió el 13 de abril. Para algunos ocurrió antes, el 7 de octubre, con los brutales atentados de Hamás autorizados por Teherán.

Pero a punto de cumplirse un año del «Shabbat negro» y en un espacio de apenas tres semanas, el Estado hebreo ha hecho lo impensable, ha decapitado a Hizbulá, su aliado más poderoso en el mundo árabe, ha asesinado a su líder Hasan Nasrala, que tenía un valor inmenso -tanto religioso como político- para Irán, y ha lanzado una operación militar terrestre contra su infraestructura en el sur del Líbano. Un mes antes, en agosto, acabó con el líder de Hamás, Ismail Haniyeh, en Teherán.

Tras el bombardeo contra Nasrala, el ayatolá Ali Jamenei, se escondió en un búnker seguro y desde allí autorizó la respuesta a Israel. Los asesinatos selectivos y la infiltración de sus redes de comunicaciones han mostrado que la inteligencia israelí ha penetrado en la organización libanesa, pero también en el régimen teocrático (Haniyeh murió por un chivatazo). Humillado por las derrotas de sus facciones, Irán ha querido dar un golpe en la mesa, pero ha abierto un peligroso juego de represalias que en el mejor de los casos desembocará en una escalada contralada de bombardeos cruzados, pero, en el peor, puede provocar la gran guerra que hasta hace días Teherán quería evitar.

Es posible que en su cálculo el líder supremo haya contado con el papel de la Administración Biden para contener a Israel, pero Benjamín Nentanyahu no es una marioneta de Washington. Los israelíes están convencidos de que, al final, son ellos mismos los que deben garantizar su seguridad. La represalia contempla desde ataques a las infraestructuras estratégicas, como plataformas de gas o petróleo, a bombardeos contra las centrales nucleares. El misil Al Fatah contra Tel Aviv ha reforzado la retórica de Israel de que es inasumible un Irán nuclear. En 2015 ya dejó inutilizada la planta de Natanz tras inocular un virus malicioso. No es menos cierto que una destrucción de las instalaciones petroleras podría ser suficiente para devastar la economía y exponer sus fragilidades del régimen teocrático que hasta hace una semana pedía volver al Acuerdo nuclear para reflotar sus finanzas. Netanyahu no dudó en dirigirse directamente al pueblo iraní el lunes diciéndole que «Israel está a vuestro lado y no hay lugar al que no pueda llegar». Los clérigos se lo tomaron como un llamamiento a la revolución y probablemente tengan razón, aunque, en este caso, el primer ministro israelí podría estar confundiendo sus deseos (cambio de régimen) con la realidad.

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