El error de Yolanda Díaz

El error de Yolanda Díaz

Todas las familias felices se parecen, pero cada país vive las turbulencias políticas a su manera y el vendaval electoral europeo tenía que aterrizar en el nuestro por algún sitio. La onda expansiva no tiene tanto alcance como en Alemania o en Francia: el seísmo se ha producido aquí en el espacio de las izquierdas, concretamente en el de Yolanda Díaz. Y digo “espacio” porque es la moda que ha sustituido a lo que antes denominábamos simple y llanamente partidos. Lo llamo “de Yolanda Díaz” porque en Sumar se abrió paso una estructura cesarista: en ese tipo de constructos la personalidad más o menos carismática de un líder es la que los dota de identidad, incluso hasta el punto de que su estado de ánimo se convierte en un termómetro político. Eso ya sucedió con Podemos: es el contrato electoral que Pablo Iglesias firmó en su primer Vistalegre y que Yolanda Díaz también quiso adoptar en Magariños. También las fuerzas políticas tradicionales han sido colonizadas por la lógica del movimiento: pocas estructuras, cada vez menos barones con voz propia y un organigrama que funciona de arriba abajo, como un ejército. Como en el caso de Macron, Díaz nunca disimuló ese rechazo a la rigidez de los partidos de la política posmoderna: eso la llevó a formar una plataforma sin apenas fuerza para el activismo político. Esa característica es aún más importante cuando la movilización social ha cambiado de bando, aunque sea para rezar el rosario ante la sede de un partido rival.

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