El español coloquial

El español coloquial

Nunca mejor dichas las cosas que como se han dicho siempre, sobre todo en esas frases hechas que han pervivido a lo largo de los siglos como expresión del sentir y el decir popular, aunque, de tanto oírlas y repetirlas, ya no reparemos en ellas, en lo bien que se ajustan a las ideas que expresan, y en la agudeza y originalidad y belleza de su forma.

Así sucede que por menos de nada nos ahogamos en un vaso de agua, o estamos con el agua al cuello o entre la espada y la pared; que con frecuencia nos dormimos en los laureles; que, según cómo, no se nos caen los anillos; que, a veces, nos quedamos a dos velas, o se nos va el santo al cielo, o vemos las estrellas. Otras, nos da por buscar una aguja en un pajar, apuntarnos a un bombardeo, meternos en la boca del lobo (o en camisa de once varas), agarrarnos a un clavo ardiendo, llorar a moco tendido, subirnos por las paredes, tirar piedras contra nuestro propio tejado, pedir peras al olmo, tomar el rábano por las hojas, irnos por las ramas… Y hay momentos en que perdemos los estribos (o los papeles), o vamos de capa caída, o no nos llega la camisa al cuerpo, y se nos cae entonces el alma a los pies y la casa encima y se nos hunde el mundo. Aunque peor si algo pasa de castaño oscuro, y aquel que aún tenía cuerda para rato se va un día para el otro barrio, pero eso ya es harina de otro costal.

Nos gusta tener la sartén por el mango, no dejar títere con cabeza, poner los puntos sobre las íes, sacarnos la espina (y alguna cosa de la manga), tirar de la manta, decir verdades como un templo, saber las cosas de buena tinta y no dejarnos nada en el tintero. Y echaríamos la casa por la ventana si todo fuera coser y cantar, y vinieran las cosas como agua de mayo, y se retirara cada mochuelo a su olivo y siguiéramos nosotros en la cresta de la ola. En cuyo caso nos importaría un pimiento que no estuviera el horno para bollos, o que lloviera sobre mojado, o que fulano dijera misa y zutano se empeñara en ponerle puertas al campo.

A menudo hacemos cosas un poco raras: comprar algo que nos cuesta un ojo de la cara; no decir esta boca es mía; dar el brazo a torcer; hablar por los codos o con el corazón en la mano; pillarnos los dedos; buscarle tres pies al gato; verle las orejas al lobo; andar con pies de plomo; no apearnos del burro; tener una idea entre ceja y ceja, o la cabeza a pájaros, o malas pulgas; estar con la mosca detrás de la oreja, o con el corazón en un puño, o como pez en el agua. Y los hay que son perros viejos (o la oveja negra) y no tienen pelos en la lengua cuando hablan y en menos que canta un gallo se lían la manta a la cabeza y levantan la liebre.

Please follow and like us:
Pin Share