El espeto de sardina ante el abismo: entre la pureza y el consumo masivo

El espeto de sardina ante el abismo: entre la pureza y el consumo masivo

La familia de Miguel León tenía un chiringuito en Torremolinos. Desde niño, en verano, él se pasaba las mañanas viendo trabajar al empleado que se encargaba de hacer los espetos de sardinas. “Hasta que bajaban a la playa los hijos de los turistas y me iba a jugar con ellos, me sentaba en una caja de coca-cola y lo miraba”, dice. Pasó años así, hasta que un buen día, el espetero se fue un rato a tomarse una cerveza, en el ínterin un cliente fijo pidió un espeto y el muchacho se puso de pie: “No os preocupéis. Yo lo hago”. El cliente no supo quién lo preparó. Al terminar, llamó a un camarero y dijo:

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