El estoicismo de Quevedo

El estoicismo de Quevedo

Entre 1635 Don Francisco de Quevedo y Villegas publicaba en Madrid y Barcelona su versión de la «Doctrina de Epicteto», junto con el Origen de los estoicos y su defensa contra Plutarco, y una Defensa de Epicuro («contra la común opinión»), además de una versión también versificada de las sentencias atribuidas a Focílides. Estas traducciones, con el tratado de doctrina estoica, se imprimieron tres veces en 1635 y una en 1636, como buena prueba del conocimiento del griego del gran escritor madrileño, y de su interés, en la línea del humanismo de Justo Lipsio, por un nuevo estoicismo cristiano que defiende la compatibilidad de Epicteto con el cristianismo.

Quevedo fue gran conocedor de los textos clásicos desde su juventud, a partir de su formación universitaria. Pero en su último decenio de vida, cuando su mundo estaba colapsando, Quevedo se dedicó al estoicismo con especial pasión. Ya como señor de la Torre de Juan Abad, entre sus exilios en el Campo de Montiel y sus prisiones en el convento de San Marcos en León o en Loeches, el poeta lee y escribe sobre filosofía estoica y reflexiona sobre la vanidad de la fama, sobre lo acuciante de la enfermedad, sobre la muerte y la vejez. En su obra Nombre, origen, intento, recomendación y descendencia de la doctrina estoica. Defiéndese Epicuro de las calumnias vulgares (1633-1634) se refiere a su relación con la escuela del antiguo estoicismo, de la que, como cristiano, no se ve miembro, pero sí simpatizante y sobre todo usuario en momentos de turbación, diciendo : «Yo no tengo suficiencia de estoico, mas tengo afición a los estoicos. Hame asistido su doctrina por guía en las dudas, por consuelo en los trabajos, por defensa en las persecuciones, que tanta parte han poseído de mi vida. Yo he tenido su doctrina por estudio continuo; no sé si ella ha tenido en mí buen estudiante». En esa misma época, Quevedo traduce al castellano el De remediis fortuitorum atribuido a Séneca con el título De los remedios de cualquier fortuna, con comentarios personales a cada pasaje.

La traducción de Epicteto por Quevedo, realizada en silvas castellanas, viene introducida por un interesantísimo texto de presentación de su mano, que no tiene desperdicio. En él, en primer lugar, Quevedo escribe una dedicatoria al poderoso patrón del poeta madrileño, Juan de Herrera, como era convención en la época. Envía la obra a Juan de Herrera que era Caballero del Hábito De Santiago y Caballerizo del Conde Duque, un militar de pro, con la justificación de cuántos ilustres personajes han seguido sus lecciones que enseñan «al alma a ser señora, rescatándola de la esclavitud del cuerpo, y al cuerpo le anima a pretensiones de alma con la obediencia á la razón. Enseña cuánto más rico está el sabio con el desprecio de los bienes de la fortuna que con la posesión de ellos; no promete premios de la virtud, sino virtud, que ella misma es premio. Afirma que sólo el sabio es rico y libre; que no es capaz de injuria, ni puede ser vencido».

Seguidamente, resume Quevedo las bondades de una doctrina que merece divulgarse entre todos, empezando por su noble patrono, pues, además, se armoniza bien, según cree, con la doctrina cristiana. Especialmente se fija en la virtud militar que caracteriza a Juan de Herrera y le anima, con el coraje de la milicia, a vivir «no sólo como quien algún día ha de morir, sino como quien cada instante muere, y cada día puede morirse. Vivamos no con ansia de vivir mucho, sino bien». Aquí se rescata el lema del «bien vivir» (eu zen) característico de la filosofía helenística.

Por lo demás, en su traducción se ve claro el intento de armonizar la ética estoica de Epicteto con el contexto cristiano. Al fin, incluye una breve semblanza biográfica del filósofo bajo el epígrafe «Vida de Epicteto, filósofo estoico», que repasa someramente los principales datos que hemos esbozado en la introducción general. Destaca en ella la oscuridad del origen del filósofo de Hierápolis y la fama de este pensador sin nombre, del que no conocemos el patronímico sino solo su condición de esclavo «comprado» (epiktetos): «Tuvo más dicha con la noticia su patria que sus padres, pues nadie los nombra: reconozco esta ignorancia por grande providencia del olvido, para que la memoria se acordase que sin otra descendencia fue nuestro filósofo todo de la filosofía, y de sí progenie de su virtud». En otro pasaje de gran interés, contrapone sus defectos físicos con su excelencia moral y cifra su doctrina condensada en dos famosas palabras que se le atribuían: «Sufre, abstente». Además de dedicarle el soneto que encabeza esta edición nuestra, se entretiene en debatir la autenticidad de unas supuestas cartas de Epicteto, a todas luces apócrifas, antes de concluir la introducción y dar paso directamente a su traducción en verso, con estas hermosas palabras: «Esta, que yo he escrito, es la vida que vivió Epicteto. Este libro, que él escribió, es la vida que Epicteto vive y vivirá.»

Con estas líneas quiero llamar la atención sobre el estoicismo de Quevedo y su muy fiel versión en verso de Epicteto, que publicaré como anexo a la mía propia en prosa el próximo otoño en la editorial Arpa. Cualquiera que lea los versos quevedianos que traducen a este sabio estoico y los compare con su original –o con una traducción literal en prosa– reparará en la limpidez y la justeza de la labor del poeta madrileño como traductor e intérprete del estoicismo, a la par que en su pericia literaria y en la excelencia de su poesía.

Please follow and like us:
Pin Share