El gato, animal poético

El gato, animal poético

“Mefistófeles casero / está tumbado al sol” son los primeros versos de “La canción novísima de los gatos” de García Lorca, quien como Rubén Darío, Manuel Machado, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Miguel Hernández, Violeta Parra y tantos otros han elevado al gato a la categoría de animal poético, como da cuenta la antología “Gatos” (Renacimiento).

La antología parte del modernismo y llega hasta la actualidad y, mediante noventa poemas de otros tantos poetas españoles e hispanoamericanos, recorre más de un siglo para terminar con un muy numeroso grupo de poetas en activo, como Luis Alberto de Cuenca, Luis Antonio de Villena, Amalia Bautista, Eduardo Jordá y Rafael Adolfo Téllez.

Efectuada por el escritor, editor y profesor onubense Ricardo Álamo, quien ha dicho a EFE haber tenido gato pero mantenerse ahora fuera del influjo directo de este felino, la antología parte de una temática pero también de una exigencia: “Los poetas se pueden dividir en muchas categorías, pero en poesía la mejor división es la primera, es decir, que seas un buen poeta, un poeta memorable”.

Sobre las características de estos animales domésticos para elevarse a categoría poética, Álamo ha considerado que sean “sigilosos, sensuales, bellos, soñadores y secretos”, lo que en su opinión “los convierten en uno de los animales más cercanos a la sensibilidad de muchos poetas, que casi los ven como hermanos espirituales”.

La profusión de poemas actuales dedicados a los gatos revela igualmente la creciente simpatía de la que goza este animal a medida que transcurren los años:

“Antiguamente, sobre todo en la Edad Media, los gatos no tuvieron muy buena prensa; se los veía como símbolos del diablo y de la brujería, asociados a la mala suerte, al disimulo, la pereza y la feminidad -por su expresiva conducta sexual-, pero eso cambió a partir del siglo XIX”.

A partir de entonces, ha señalado el antólogo, “muchos artistas comenzaron a interesarse por ellos tal vez porque vieron que eran animales de suma elegancia, de mucho refinamiento y de porte extremadamente garboso, cualidades todas ellas muy estéticas y, obviamente, muy celebradas por los artistas, incluidos los poetas”.

“En cualquier caso, hayan influido o no los artistas en el cambio de sensibilidad hacia estos pequeños felinos, lo cierto es que hoy en día a los gatos no se les estigmatiza tanto como antes porque, como a muchos otros animales domésticos, se les ha humanizado”, ha añadido Álamo.

A propósito de su búsqueda de poemas gatunos, Álamo ha citado a Freud: “El tiempo pasado con los gatos nunca se desperdicia”, antes de pronunciarse sobre lugares comunes, como la indolencia de estos felinos:

“No son animales incordiantes, no te atosigan ni te esclavizan con sus necesidades, por eso a los escritores, a los poetas y en general a quienes tienen un espíritu independiente les suelen gustar, porque su naturaleza se aviene muy bien con la particular naturaleza de los escritores o, en todo caso, con las circunstancias espirituales y materiales en las que cualquier escritor prefiere para ejercer su oficio, el silencio, la soledad y el ensimismamiento”.

También ha citado Álamo al escritor canadiense Robertson Davies, al hilo de esa similitud de caracteres entre escritores y gatos: “A las personas que escriben les gustan los gatos porque son callados, sabios y encantadores. Y a los gatos les gustan las personas que escriben por las mismas razones”.

Una similitud que, añade el antólogo, también supo ver Teófilo Gautier, quien afirmó que ningún lugar le conviene más a los gatos que el escritorio de un hombre de letras, y reafirmó Oswaldo Soriano: “Un escritor sin gato es como un ciego sin lazarillo”.

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