El Hércules y el vacío

El Hércules y el vacío

Alicantina, luego herculana. Y no, no me gusta el fútbol, y he tenido que hacer un máster para aclararme con la nueva nomenclatura de lo que toda la vida ha sido Primera y Segunda División A y B, y de ahí no paso, y descifrar lo que quiere decir Primera RFEF.

Y ahora, ¡cómo no!, saltan los de la liga anti, seguido del sustantivo de turno:

-¡Almu, si a ti no te gusta el fútbol!

No contesto. Con la edad he aprendido a no gastar saliva ni cuerdas vocales en explicar lo inexplicable.

El día en que el Hércules ascendió a ese lugar para mí desconocido -Primera Federación- estuve ahí, en el Estadio José Rico Pérez, y aún no me he recuperado de lo que viví. Es casi imposible describir lo indescriptible; casi tanto como no vibrar con la emoción y la pasión sin límites de toda una ciudad entregada, dentro y fuera del estadio, al Hércules.

Vaya por delante que soy nacida y criada en Alicante y que por tanto me siento moralmente obligada a apoyar al Hércules. Así que ahora que acaba de empezar la liga -me he enterado porque vivo rodeada de futboleros- no se me ha ocurrido mejor idea que sacar el abono para seguir al Hércules. Y el estreno fue un 2-0 frente al Ceuta; bravo.

Abono en mano, el domingo, el día del vacío por excelencia, el día en que, en tiempos de culto a la inmediatez, una para y a veces piensa y se pelea con sus demonios, cambia de color. Al blanco y el azul de las camisetas de la equipación para ser exactos. Y el ritual de ver a familias enteras, parejas, grupos de jóvenes acudiendo al estadio, armados con su bolsa con bocadillos y pipas, es en sí mismo una delicia. Solo hay que dejarse llevar, disfrutar de la competición y regresar a casa cantando «Macho Hércules».

Pues eso, que no soy futbolera, soy herculana; alicantinismo obliga.

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