El mercado petrolero llevaba semanas instalado en una extraña balsa de aceite. Digerido el brutal golpe que supuso la invasión rusa de Ucrania, todas las miradas se posaban sobre una demanda que emitía —y sigue emitiendo— claras señales de debilidad. Para sorpresa general, ni siquiera el polvorín de Oriente Próximo hacía mella sobre los precios. Todo eso cambió el martes, con el ataque a Israel de Irán, séptimo mayor productor y titular de las terceras mayores reservas del globo, que ha disparado los precios y sembrado una incómoda sensación de zozobra. “La situación del mercado petrolero es arriesgada, y puede serlo aún más”, avisa el director general de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), Fatih Birol, en conversación con EL PAÍS.
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