El laborista Keir Starmer: un primer ministro rodeado de incógnitas que renunció al socialismo

El laborista Keir Starmer: un primer ministro rodeado de incógnitas que renunció al socialismo

Algunos lo llaman el «complejo de Faetón». Cuando alguien pasa por una infancia complicada, que involucra la muerte, enfermedad o ausencia de uno o ambos padres, se convierte en un adulto ferozmente competitivo. A Keir Starmer sus hermanos le llamaban «Superboy» porque «siempre quería ser el mejor en todo y ganar». A día de hoy, sigue detestando perder incluso al fútbol, pasión que comenzó en el colegio, donde jugaba para evitar las conversaciones que mantenían sus compañeros sobre los programas de televisión que él no podía ver.

Su padre, Rodney, fabricante de herramientas, era tremendamente estricto y cero emocional. En su entierro, Keir le llamó «idiota difícil» y hubo asentimientos y risas cómplices. Su madre, Josephine, enfermera, era, sin embargo, todo dulzura. Pero sufrió desde muy pronto de una artritis inflamatoria rara y dolorosa que la terminó dejando sin habla y con una pierna amputada. Llamar al médico no era fácil porque era frecuente que les cortaran la línea por no poder pagar las facturas.

Sir Keir Starmer –61 años, casado y con dos hijos adolescentes– se ha convertido en el primer laborista en mudarse a Downing Street desde 2010. Todo un hito, aunque sigue siendo el gran desconocido. Muchos siguen pensando que proviene de una adinerada familia de Londres y el título de «Sir» es hereditario. Pero lo cierto es que tiene más antecedentes de clase obrera que cualquier otro líder laborista en una generación.

Políticamente también es difuso. Nadie puede definir aún qué es el «Starmerismo». Como candidato en las primarias laboristas, cortejó al ala dura. Pero una vez tomó las riendas de la formación en 2020, dio un giro al centro para apuntar a los votantes indecisos. Mientras sus defensores argumentan que esta flexibilidad es una virtud, los críticos le acusan de ser un veleta.

«Mucha gente en la izquierda le acusa de decepcionarles, traicionar los principios socialistas. La derecha le acusa de cambiar con frecuencia de opinión», explica Tim Bale, politólogo de la Universidad Queen Mary. «Pero, bueno, si eso es lo que hace falta para ganar, creo que eso nos dice algo sobre su personalidad. Ha hecho todo lo que ha hecho falta para llegar al Gobierno», añade.

Con todo, en Reino Unido hay un dicho: no son las oposiciones las que ganan las elecciones generales, sino los gobiernos las que las pierden. Y en este caso se cumple más que nunca. Los laboristas no entusiasmen. El electorado simplemente quería acabar con catorce años de era «tory». Por lo que ahora comienza para Starmer lo más complicado: demostrar que merece estar en el poder y hacer crecer su popularidad, con ratios personales de lo más bajos.

Le llaman «robot» y «rígido». Pero eso es precisamente su fuerte. Tras un período apocalíptico post Brexit, post Boris Johnson, post caos, los británicos, cansados de tanto «show», anhelaban aburrimiento y seriedad en Westminster, donde Starmer entró en 2015, cumplidos ya los 52 años. Para entonces ya tenía el título de «Sir» en reconocimiento por su labor como abogado y fiscal general del Estado. Mientras muchos habrían presumido de ello, pidió oficialmente que su nombre saliera sin el prefijo en el listín de diputados.

Su entrada en la Cámara de los Comunes coincidió con uno de los periodos más convulsos en vísperas del Brexit, donde hizo ferviente campaña por la permanencia en la UE. Es más, fue de los que defendió luego la necesidad de un segundo plebiscito para romper el bloqueo en el que quedó sumido Westminster durante años. Es algo que sus críticos utilizan ahora en su contra.

Cuando intentan acorralarle, también sacan a la luz su participación en el «Gabinete en la Sombra» liderado por el radical Jeremy Corbyn, considerado el «Pablo Iglesias británico». Pero, bajo la batuta de Starmer, la formación nada tiene que ver con el anticapitalismo, antisemitismo y la fascinación por los regímenes antiliberales que caracterizaban a su predecesor, el mismo que llevó al laborismo en los comicios de 2019 a su peor resultado electoral desde el año 1935.

En un Reino Unido donde el conservadurismo ha dominado la historia de Westminster, Starmer defiende que los británicos no deben temer ahora un retroceso hacia el socialismo radical. En 1997 –cuando se vivió otra histórica victoria laborista tras dieciocho años en la oposición– Tony Blair intentó disipar temores similares declarando: «Hemos sido elegidos como Nuevo Laborismo y gobernaremos como Nuevo Laborismo». Y ahora Sir Keir se hace eco exactamente de las palabras de su mentor: «Hemos hecho campaña como un Partido Laborista renovado y gobernaremos como un Partido Laborista renovado».

Keir Starmer, el nuevo primer ministro británico fue criado en un pequeño pueblo de Surrey en una casa con alguna ventana sin cristal porque no había dinero para repararla. Fue el único de los cuatro hermanos en ir a un «grammar school» (colegio público de excelencia, para los alumnos con mejores notas) y el primero de su familia en ir a la universidad.

Bajo cierta presión de sus padres para estudiar una «profesión adecuada», Keir decidió hacer derecho en la Universidad de Leeds, aunque nunca había conocido a un abogado ni había entendido realmente lo que hacían. Al encontrarse rodeado de compañeros de primer año que ya hablaban sobre a qué despacho pretendían unirse, venció sus sentimientos iniciales de inferioridad a través del trabajo duro.

Los años posteriores en la elitista Universidad de Oxford (donde se especializó en Derecho Civil) se involucró con una revista llamada «Socialist Alternatives», que propagaba una oscura rama del trotskismo llamada «pablismo» entre una pequeña audiencia de lectores. Fue la etapa más izquierdista de su vida.

Antes de meterse en política, cofundó el despacho Doughty Street donde trabajó sin cobrar un penique para dos activistas climáticos sin recursos demandados por McDonald’s por repartir folletos fuera de sus restaurantes, lo que se convirtió en el famoso caso McLibel. Defendió también a mineros despedidos por los recortes de Thatcher y dio consejos legales a las prostitutas del burdel debajo de su primer piso destartalado.

A día de hoy es extremadamente celoso de su privacidad. Hasta el punto de que ni siquiera pronuncia el nombre de sus hijos, de 13 y 15 años. Respecto a su mujer, Victoria, abogada como él, apenas le acompaña en los actos de campaña.

Durante largo tiempo, corrió el rumor de que el famoso señor Darcy -el novio tímido y leal de la popular saga de Bridget Jones- estaba inspirado en él. La autora de las novelas Helen Fielding tuvo que salir a negarlo. Pero le pidió que se relajara un poco: “Dan ganas de decirle, vamos Keir, aflójate la corbata, desmelénate”. No parece que vaya a hacerlo ahora en Downing Street.

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