El temor y la culpa

El temor y la culpa

Escuchaba Aurelio hace unos días a Martin Baron, ex director del diario norteamericano The Washington Post, asegurar que los políticos mienten más que los medios de comunicación. Sabe de lo que habla. Su periódico hizo en 2019 recuento de las mentiras de Trump desde que se coronó Presidente y le salen unas treinta mil, mentira arriba mentira abajo. Treinta mil. Mil multiplicado por el número de veces que el jurado de Nueva York pronunció esta semana la palabra «guilty», culpable, al referirse a los cargos por los que se le había juzgado en ese caso de intento de soborno a una señora con la que se había acostado para que no fuera diciéndolo por ahí. Los norteamericanos toleran mejor el robo o la mentira que la infidelidad, de ahí que se ocupara y preocupara de tapar aquella historia. Y por eso sigue creciendo en las encuestas: cuanto más miente y más ladra su victimismo, cuanto más cabalga la Justicia en su afán de hacerle pagar sus delitos, más crece en las encuestas frente a un Biden que se va debilitando casi tan rápido como su memoria.

Es rentable esparcir el estiércol desde la posición de víctima. Debe de haber algún manual de uso común del populismo en el que se fija que los malos son siempre los otros; son otros los que atacan, los que buscan, los que enfangan. Uso común y generalizado. Le parece a Aurelio que ese patrón se repite de manera machacona y previsible, allí, acá y acullá. Las culpas son siempre ajenas. Es probable que el segundo capítulo del manual sugiera o proponga que se considere la culpa, su reconocimiento, como una inaceptable debilidad. Falta de rigor, de criterio, de convicción. No cabe el incómodo filo helado del sentimiento de culpa en la mochila de un populista que aspire a alcanzar el éxito, o sea, el gobierno. La culpa es un sentimiento que se espanta en política como se conjuran los malos espíritus.

Hay, con todo, momentos en que ésta no puede borrarse por mucho que se pinte sobre ella o se empeñe uno en esconder sus perfiles. En el caso de Trump, que posee una patológica carencia de cualquier tipo de conciencia o empatía social, fue el intento de silenciar a la mujer pagándole ciento y pico mil dólares. En este caso no es una culpa individual, sino más bien el temor a que una condena social perjudicara su carrera política.

Le parece una deliciosa casualidad que la condena al hombre que puede volver a la presidencia de Estados Unidos si Taylor Swift no lo remedia, coincida con la aprobación de la Ley de Amnistía en el Congreso de los Diputados de España. La ley castiga allí a un ex presidente que puede volver a serlo. La ley absuelve aquí a un ex presidente que no lo volverá a ser.

Y en ambos casos, pero especialmente en el nuestro, flota como una nebulosa presente, aunque apenas perceptible, la idea de una suerte de culpa. Política o personal, Aurelio es incapaz de fijar la intuición, pero culpa al fin, de eso no tiene duda.

Pedro Sánchez ha abonado el peaje para su continuidad como presidente haciendo lo imposible real y lo inaceptable palabra de Ley. Frenar a la derecha lo justifica todo y todo lo hace bueno, según el argumentario que con tanta facilidad parece haber aceptado gran parte de la izquierda española. Pero esa misma izquierda, y en particular el presidente del gobierno, no puede ocultar el temor y la culpa, que acaso sean aquí una misma cosa.

Porque, a ver, se pregunta y pregunta Aurelio a quien pudiera responder, si esta Ley de Amnistía es de tanto beneficio y tanta concordia, si abre un tiempo nuevo de amor y entendimiento, ¿por qué la defiende un serie C en el Congreso (Aurelio no recuerda ni su nombre) y no el ministro de Justicia o el mismísimo Presidente? Si abre un tiempo nuevo de concordia, amor y entendimiento, ¿por qué el independentismo se presenta como victorioso frente al Estado opresor (español, por supuesto) y anuncia ya que no se detendrá hasta el referéndum? La culpa y la mentira son la respuesta. Dicen los socialistas que lo de los indepes hablando de guerra, victoria y referéndum es palabrería. Y se les podría conceder que, en efecto, la política de este gobierno consiguió desactivar el procés. Vale. Pero la ley de Amnistía les ha dado otro papel, ha activado una suerte de ruleta según la cual si los números no le dan al psoe volverán a ser necesarios y poderosos.

Han mentido, es evidente y demuestran una incomodidad que revela culpa. Y temor. No es gratuito ni admite dudas el hecho de que no se vaya a publicar en el BOE la Amnistía hasta después de las elecciones europeas. Si hay un hecho revelador del miedo y la culpa es precisamente ese.

Ignora Aurelio si se hubiera conseguido debilitar el independentismo sin la concesión de una amnistía que reescribe la historia y da por bueno el relato falso de los populistas indepes. Pero le da que pensar esta culpa apenas escondida, y este pretender mantenerse en la mentira como sobre la tabla que surfea la ola de la política. Tabla acaso de supervivencia más que de la limpia y saludable práctica del surf.