El testamento de Biden

El testamento de Biden

Yo, Joseph R. Biden, 46º presidente de los EEUU, con 82 años dentro de unos dos meses, en pleno uso de mis facultades mentales –aunque algunos lo duden– tras cuatro intensos pero cortos años en el cargo deseo dejar a mi sucesor/a, Dios quiera que sea con «a», mis experiencias y describir aquí lo que he tratado de conseguir en política exterior. Ante todo, declaro que al hacerme cargo de mis responsabilidades encontré una nación dividida internamente y con un mermado prestigio internacional. Mi esfuerzo principal durante estos años ha sido restaurar la confianza de los aliados de EEUU en nuestro liderazgo, lo que está resultando difícil por los fuertes bandazos que las últimas administraciones han dado. Para mayor claridad, dividiré este análisis en tres áreas: Europa, China y el denominado Oriente Medio.

En Europa, la injustificada, cruel y chapucera invasión rusa de Ucrania representa un grave peligro para las ansias democráticas de esta nación mártir pero también, un desafío al equilibrio europeo y una arriesgada alteración del orden mundial. Inicialmente, mi administración hizo un uso novedoso de la Inteligencia para desenmascarar la montaña de bulos con que el Sr. Putin intento justificar su asalto. Hicimos un uso público preventivo de toda la extensa inteligencia de que disponíamos sobre las intenciones y movimientos rusos, lo que permitió desmontar las tácticas híbridas tan queridas de los regímenes autoritarios. He sido criticado por lo paulatino de nuestra ayuda militar a Ucrania, pero había que comprobar que las amenazas nucleares de Putin no eran verdaderas líneas rojas sino baladronadas propias de un jugador de ventaja. Y esta comprobación requería tiempo aunque ello entrañara un sufrimiento extra para el valiente pueblo ucraniano. Estos cuatro años de estrategia norteamericana han traído consigo también una mayor cohesión europea ante la amenaza rusa con lo que por primera vez se hace honor al ostentoso título de Unión Europea fortaleciendo simultáneamente el vínculo transatlántico que materializa la OTAN. Permítanme pues que muestre mi satisfacción con lo conseguido en general en el teatro europeo durante estos años.

Los resultados de mi política de contención de China ofrecen más y mayores claroscuros. Aquí seguí básicamente –con mejores modales– las líneas maestras de mi antecesor manteniendo y aumentando un torrente de aranceles y sanciones económicas que no estoy seguro si algún día podrán llegar a amenazar la globalización, al menos tal como hoy la entendemos, en el caso de que terceras naciones nos imiten. Tratar de desconectar por razones ideológicas el comercio y las transacciones financieras entre los EEUU y China, dado el grado de interdependencia de ambas economías, a veces me parece demasiado arriesgado. Arrastrar a los europeos y aliados asiáticos para que sigan forzosamente nuestra política de castigos económicos contra China, lo parece aún más. Como positivo tengo que citar que en lo militar he reforzado notablemente los lazos con Japón y Corea del Sur acabando con las amenazas tan habituales en mi predecesor. Con el asunto de las seguridades que ofrecemos a Taiwán, he tratado de seguir con la política tradicional de ambigüedad calculada aunque reconozco haber dado algún que otro traspié desconcertante. En resumen, resultado mixto pese a haber intentado dar contenido real al «pívot» hacia Asia que mis predecesores declararon con pompa aunque prematuramente.

Con relación al teatro de Oriente Medio tomé inicialmente la decisión de aceptar pagar un precio alto por la chapucera retirada de Afganistán con tal de desenmarañarnos de la pesadilla que hechizó a mis antecesores y desmoralizó al pueblo norteamericano. Pero no lo conseguí. Reconozco que la idea romántica que tengo de Israel como un pequeño conjunto de colonos que intenta colectivamente arrancar un futuro mejor a la árida tierra santa no resistió la red de odios que cruza desde hace más de 70 años esta sufriente Palestina actual. Israel, en su lucha por la supervivencia y por encontrar cuál es el fundamento de su convivencia nacional, está evolucionando hacia algo más fundamentalista, hacia algo que atrae menos. Y el Sr. Netanyahu lo está convirtiendo en algo personal y casi tan peligroso como las organizaciones árabes del odio, que sin ningún escrúpulo por la vida humana, rodean y amenazan Israel. Y a todo esto Irán –que no es precisamente un beatifico país árabe– es el mayor beneficiario de toda esta tragedia que requerirá la atención permanente y valiente de mi sucesora. Cómo siento no haber sido capaz de restaurar el acuerdo anti proliferación nuclear con los ayatolas. Resumiendo: fracaso en la política para Oriente Medio.

Este pues, podría ser el imaginario testamento que el presidente Biden dejase en el fondo de su caja fuerte a la Sra. Harris o al Sr. Trump, aunque este último tardara segundos en tirarlo a la papelera sin tan siquiera leerlo. Cuatro años de esfuerzos con un resultado mixto pero positivo en general de la acción con que los EEUU se enfrentaron al atardecer de su liderazgo mundial que no logra dar total continuidad a sus promesas internacionales.

Ángel Tafalla Balduz es académico correspondiente de la Real de Ciencias Morales y Políticas y Almirante (r).

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