«El traje»: teatro a la medida de dos grandes

«El traje»: teatro a la medida de dos grandes

Hace 12 años, cuando aún intentábamos remontar el vuelo tras la crisis económica de 2008, en un momento en el que los casos de corrupción, por otra parte, se sucedían de manera incontrolada, el dramaturgo y director Juan Cavestany estrenó una obra que abordaba, en clave de negrísima comedia, la decadencia moral del individuo que vive –independientemente del escalafón que ocupe en el orden social- sumido en una feroz competitividad y en una insana persecución del éxito, entendiendo este como sinónimo de riqueza material y poder sobre los demás. Aunque esos temas de fondo puedan parecer, porque en efecto lo son, sesudos y densos, la obra, titulada «El traje», estaba concebida en su estructura y desarrollo como un pasatiempo apto para todos los públicos que, además, permitía a sus dos intérpretes lucirse ante los muchísimos admiradores que tenían entonces y que hoy tienen en mayor número si cabe. Esos dos actores eran Javier Gutiérrez y Luis Bermejo. Aunque ellos y el espectáculo recibieron el unánime y merecido aplauso de la crítica y el público, el proyecto coincidió en el tiempo con otros trabajos que los miembros del equipo tenían ya comprometidos, así que tuvo una vida en la cartelera, como dice Cavestany, «un poco atropellada».

Más de una década después, han sido Bermejo y Gutiérrez quienes han convencido a Cavestany para retomar la propuesta y ponerla de nuevo en pie sin cambios sustanciales, adoptando de este modo una decisión poco habitual en nuestra práctica teatral. Tal vez se demuestre así que las buenas obras de teatro no tienen esa fecha de caducidad que muchos se empeñan en mostrar. «Hoy no sabemos si todo aquello ya pasó, se transformó o simplemente nos hemos anestesiado –dice Cavestany en relación a los motivos que les llevaron a embarcarse por primera vez en esta aventura- pero los personajes de la obra de algún modo han seguido vivos, querían volver a ese sótano a negociar su posible salvación con ellos mismos y sus fantasmas».

El sótano al que se refiere es el claustrofóbico espacio en el que transcurre toda la acción de «El traje». Allí mantiene retenido el vigilante de seguridad de unos grandes almacenes (personaje al que da vida Bermejo) a un hombre de clase media acomodada (interpretado por Gutiérrez) que, según parece, ha protagonizado un incidente el primer día de las rebajas. «La corrupción, que era el tema central sobre el que queríamos trabajar cuando se montó la obra por primera vez, ha quedado curiosamente desenfocada en un segundo plano –explica Javier Gutiérrez-. Después de la pandemia, el confinamiento y los coletazos de la crisis, hablamos más de la soledad del individuo y de la deshumanización de la sociedad». «Es verdad –añade Cavestany- que lo que nos interesa, y hoy más que hace doce años, es el plano íntimo de la historia. No se trata de denunciar un caso, un partido o unas personas, sino de mostrar como quizá seamos todos culpables de lo que nos sucede».

Después del exitoso estreno de «Los santos inocentes» hace dos años, el proyecto supone además el rencuentro en el escenario de dos de los actores más aplaudidos y queridos por los teatreros. «Una de las razones de volver a montar la obra ha sido precisamente el hambre y las ganas que teníamos de estar los dos juntos de nuevo en escena», confiesa Gutiérrez. Y Bermejo destaca las posibilidades que ofrece «El traje» para ese trabajo actoral: «Es un espectáculo que me ha reseteado y me ha hecho redescubrir este maravilloso oficio, porque contiene esa base primigenia de juego teatral donde dos actores salen al escenario implicándose emocionalmente y desbordándose de vida. Es una obra muy circense y de mucho humor».

Hermanos

Ambos se conocen, se admiran y tienen plena confianza, el uno en el otro, cuando se suben a escena; son dos grandes amigos -no dudan en llamarse «hermanos»- que disfrutan doblemente de su trabajo cuando tienen oportunidad de encararlo juntos. «A los dos nos persigue un nivel de compromiso y de honestidad a la hora de salir a escena que ya solo por eso vale la pena batirse el cobre cada noche –asegura Gutiérrez-. Es algo mágico para mí salir con él. Ojalá a lo largo de los años de vida escénica que me quedan me sigan acompañando personas como él; cada vez son más importantes para mí los compañeros de viaje. Yo siempre pienso en gente como José Sacristán o Lola Herrera: se retiran de la tele, del cine…, pero no se retiran del teatro nunca. Por algo será. Creo que es por su compromiso de entrega y de buen hacer, y esa es la imagen en la que yo me quiero proyectar».

Difícil, en cualquier caso, pensar en retiradas si tenemos en cuenta el éxito que el montaje ha cosechado allá donde ha ido. «La verdad es que la gente se acerca después de cada actuación entusiasmada, como si hubieran vieran a dos seres casi circenses», dice entre risas Bermejo. Y parece que en Madrid también va a ser así: las entradas han volado antes del estreno y el Teatro de La Abadía ha decidido ampliar las fechas de exhibición.