El ‘true crime’ como espejo de una época

El ‘true crime’ como espejo de una época

El relato criminal a menudo se reduce a puro morbo, desgracia ajena y truculencia de parque de atracciones, que nos permite olvidar durante un rato las violencias, menos sanguinarias, pero igual de bestiales, de nuestra cotidianidad: alquiler imposible, el sueldecito, agotamiento y mala salud, amor de mala calidad, desahucios, clases desfavorecidas contra clases desfavorecidas, desesperanza, trabajo que no dignifica, explotación… Nos enredamos en la trama de un buen true crime ―lo digo en inglés para que se me entienda― y nuestras penas no son para tanto: de qué mierda nos quejamos nosotras que no hemos sido ―aún― la víctima de un sacamantecas. Sin embargo, la crónica negra también constituye una fuente de conocimiento sobre los discursos dominantes. El caso, semanario de sucesos durante una etapa del franquismo, ejemplifica esa doble condición del relato criminal: los reportajes de Margarita Landi entretenían de la resistencia política, del malestar reivindicativo, y “desrealizaban” lo real como si el horror solo formase parte de las teclas de una máquina de escribir; a la vez esos mismos relatos dejaban entrever la patita por debajo de la puerta: la de una sociedad cavernaria y reprimida en las antípodas de la modernidad, el desarrollismo, el seiscientos y las suecas que tomaban el sol.

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