El verano que España perdió Cuba por una leyenda negra

El verano que España perdió Cuba por una leyenda negra

La leyenda negra es un fenómeno tristemente español que, ya desde hace siglos, persigue al país y su historia. Muchos son los mitos y medias verdades que por desgracia plagan la historia de España, a veces desde fuera del país y, aún peor, muchas veces desde nuestra propia historiografía. No obstante, ni la Inquisición ni los mitos de la Conquista llegan al mismo nivel que la propaganda esgrimida contra España en la Guerra de Cuba (1898), tanto por su complejidad técnica como por su impacto, pues produjo un colapso en la España del momento y la pérdida de lo poco que quedaba del Imperio Español.

Durante el siglo XIX, Estados Unidos había comenzado un gran proceso de expansión a lo largo y ancho del continente. Empezó a generarse en los Estados Unidos, surgidos de revolución contra el Imperio Británico, la idea de que era necesario expulsar a las potencias europeas del continente para asegurar tanto su independencia como, sobre todo, su dominancia sobre el continente americano. Así, bajo la idea del[[LINK:EXTERNO|||https://www.larazon.es/cultura/historia/guerra-inventada-asi-espana-perdio-cuba_202303296423daa1506ce000010069ce.html||| «Destino Manifiesto»]], que afirmaba la necesidad de conquistar todo el continente para asegurar un «futuro glorioso» para el país, se iniciaron una serie de guerras y compras de territorios para asegurar esa dominancia. Como recoge la profesora María Luisa Pastor, a mediados del siglo XIX se había convertido en una idea común entre los estadounidenses el supuesto derecho a «expandirse por todo el continente».

La compra o la guerra

Estados Unidos, entonces, tenía dos formas de actuar. Por dejarlo simple, se podrían resumir en «plata o plomo»; la compra o la guerra. Y así actuó. En 1803 se compró la Luisiana a Francia; en 1821 Florida a España; y en 1867 Alaska al Imperio Ruso. Pero también estaba la otra cara de la moneda, cuando no se aceptaban los acuerdos de venta. En este caso, como recalca el historiador Julio Pérez Serrano, Estados Unidos iniciaba un proceso de desestabilización y acoso al país en cuestión para poder hacerse con su territorio. Aparte del caso de España en Cuba, destaca el tratado de Guadalupe-Hidalgo con México (1848) en el que, tras haber azuzado a colonos norteamericanos en Texas y California, Estados Unidos intervino el país y obligó a los líderes mexicanos a ceder más de la mitad de su territorio, que pasó a formar parte del gigante americano.

Dicho esto, con España ocurrió un suceso muy similar. La presencia de nuestro país en las islas de Cuba y Puerto Rico, así como Filipinas, incomodaba a los norteamericanos en su intento de construir su particular «espacio vital». Estados Unidos trató de comprar la isla de Cuba en el año 1848, oferta que fue rechazada de forma tajante. Ante esto, Estados Unidos comenzó un proceso de desestabilización en la isla con el objetivo de forzar un conflicto en el que fuese necesaria su intervención. Así comenzó a financiar a los primeros grupos de insurgencia cubana, dando asilo y apoyo explícito, por ejemplo, a José Martí, ayudándole a formar en el exilio el Partido Revolucionario Cubano, que sería la base final de la independencia.

Desde 1868 los diferentes movimientos independentistas cubanos se habían ido produciendo en la isla, no obstante, el conflicto se intensificó de forma radical en los últimos compases del siglo XIX. En 1895 se produjo un desembarco de rebeldes cubanos apoyados por piratas norteamericanos coincidiendo con el llamado Grito de Baire, un levantamiento masivo contra los españoles en la isla.

No obstante, y pese al apoyo norteamericano, la guerra no terminaba de avanzar y los españoles y cubanos llegaron a un acuerdo en 1897 para lograr un statu quo y poner fin a décadas de guerra abierta. Es aquí cuando la propaganda comenzó a actuar para justificar la invasión.

Y es que de acuerdo con la historiadora Ángela Pérez del Puerto, los norteamericanos sólo recibieron informaciones sobre «fantásticas batallas que nunca habían sucedido y exageradas crueldades españolas». Los culpables de esto fueron dos figuras clave en la historia de la prensa norteamericana, William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer, de cuyo apellido proviene el prestigioso premio de periodismo.

La guerra del papel

Ambas figuras eran importantes magnates de los medios en Estados Unidos, poseyendo decenas de diarios por toda la geografía norteamericana y siendo conocidos por su tendencia a exagerar las noticias con el fin de lograr más impacto y ventas. Tanto era así que sus contemporáneos comenzaron a llamar a sus publicaciones [[LINK:EXTERNO|||https://www.larazon.es/cultura/20210806/3wzoihcc45g5tgehmh3vxbnpau.html|||«prensa amarilla»]], por una caricatura titulada «The Yellow Kid» que aparecía en los diarios de ambos magnates. Término que ya ha quedado para la posteridad como sinónimo de periodismo de bajo nivel y manipulador.

Desde 1895 habían comenzado a construir un relato casi fantástico de la situación en Cuba. En la isla había dos bandos claros, el de los españoles, tiránicos, integristas y salvajes, y el de los cubanos, que únicamente buscaban su libertad como ya habían hecho antes los estadounidenses. Con el fin de apoyar esta narrativa, se llegaba al punto ya no sólo de manipular la información, sino de inventarla completamente.

Para la historia ha quedado la frase de Hearst cuando uno de sus corresponsales en la isla le informó de que no podía hacer nada, pues nada destacable estaba sucediendo. Ante esto, el magnate le envió rápidamente un telegrama en el que afirmaba «Permanezca ahí, se lo ruego. Usted facilite las ilustraciones y yo le proporcionaré la guerra». Así, por todo Estados Unidos comenzaron a aparecer noticias manipuladas o completamente inventadas que buscaban generar en los norteamericanos no sólo odio hacia España, sino una sensación de paranoia ante un posible ataque español. Algo que, a todas luces por la historiografía, no era real. Por poner un ejemplo, en 1897 salía publicado en uno de los diarios de Pulitzer un editorial que afirmaba «los americanos todavía no han sido atacados, pero posiblemente nuestra flota sea enviada a Cuba en cualquier momento».

Destacan también las informaciones alrededor de supuestas tropelías cometidas por los españoles, tanto a la población cubana como a los ciudadanos norteamericanos en la isla. Valeriano Weyler, capitán general de Cuba, se convirtió en el principal objetivo, definiéndolo como un carnicero a raíz de declaraciones inventadas de testigos que nunca existieron, como afirma el historiador Julián Companys.

En 1898 estalla el acorazado Maine, enviado por Estados Unidos al puerto de la Habana para salvaguardar a sus ciudadanos. Sin que sepa bien el motivo de la explosión, fue utilizado como punta de lanza por la prensa amarillista para justificar sus teorías sobre una conspiración española. En un comienzo sólo lo dejaban caer, y se podía leer en los titulares de Pulitzer que el Maine había sido atacado por «un enemigo», una referencia clara a los españoles. No obstante, al poco comenzaron a publicar supuestas informaciones –todas falsas– que demostraban la implicación española en la explosión. Tanto fue así que Hearst llegó a publicar en su diario estrella, «The Journal», que el propio Weyler había puesto una bomba en el navío de guerra. Una teoría cuanto menos desvariante.

Pese a todo, esta campaña tuvo un éxito tremendo y la mayoría de la población estadounidense clamaba por una guerra contra España. El gobierno de McKinley, que según las fuentes buscaba acabar comprando la isla, se vio empujado por el clamor popular a intervenir, cosa que hizo el 25 de abril de 1898. A los tres meses, las fuerzas ya habían sido derrotadas y tanto Cuba, como Puerto Rico y Filipinas, fueron arrebatadas a España gracias a los esfuerzos tanto del Gobierno como de la prensa norteamericana.

Este ejemplo de la leyenda negra, si cabe, es el más trágico pues no sólo hizo perder a España sus últimas posesiones de ultramar, sino que fue un castigo brutal por supuestos delitos nunca cometidos. Una invención al servicio de Estados Unidos que acabó con cuatro siglos de expansión española fuera de península.

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“AMÉRICA SOLO PARA LOS AMERICANOS”

La Doctrina Monroe es un trasunto de unas declaraciones de James Monroe (1817-1825), quinto presidente de los Estados Unidos, y afirma la necesidad de que América sea sólo «para los americanos». Concebida por John Adams, la expuso el presidente el 2 de diciembre de 1823 en un discurso ante el Congreso. Si bien en un comienzo surge como una idea defensiva, frente a los británicos, poco a poco fue convirtiéndose en una justificación de guerra siempre a favor de los Estados Unidos.

Bajo este supuesto, el país se convertía de facto en «la policía» del continente, el Estado supuestamente más válido para asegurar la prosperidad y correcto desarrollo de la región. Bajo esta idea se invade México, se ataca a España o inician intervenciones por toda Latinoamérica para asegurar la preponderancia de los Estados Unidos.

Esta doctrina constituye el modo de expresión más habitual del excepcionalismo estadounidense, una creencia de que la historia y cultura común del país no solo es diferente y «mejor» que el resto, sino que, además, no sigue las reglas históricas de los demás.

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