Elke Weber: «Hay sitio para una derecha comprometida con el clima. Bush lo estaba»

Elke Weber: «Hay sitio para una derecha comprometida con el clima. Bush lo estaba»

La alemana Elke Weber (1957) es doctorada en Psicología Cognitiva por la Universidad de Harvard, y catedrática de Energía y Medio Ambiente, así como de Psicología y Asuntos Públicos por Princeton. Ganadora del premio Fronteras del Conocimiento en humanidades y ciencias sociales de la Fundación BBVA, es la primera psicóloga que ha participado en el Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU (por sus siglas, IPCC).

—¿Estamos cansados de hablar sobre el cambio climático?

—Es que ya no tenemos que hablar del «fenómeno» del cambio climático. Solía ser una teoría científica que sucedería en 2030, cuyos efectos veíamos de forma distante en países como Bangladesh, pero ahora ha llegado a nuestros patios traseros, tanto en América como en Europa. Nadie necesita que le digan que el cambio climático existe y, prácticamente, hemos acordado que se basa en la actividad humana, en las emisiones de gases de efecto invernadero. Pero la gente no entiende muy bien cuáles son las soluciones. Pensamos que el problema es tan grande y las soluciones tan pequeñas que en realidad es insoluble, con lo cual se vuelve desalentador. Creo que ahí es donde realmente los medios de comunicación, y también los científicos y divulgadores, tienen un papel importante que desempeñar. Ayudar a la gente a entender que sí, hay soluciones.

—¿Cree que una parte del discurso científico ha fracasado?

—Es una buena pregunta sin respuesta fácil. El cambio climático es un problema grave, y creo que la gravedad del problema necesita ser comunicada. No obstante, no ayuda decir «este es el último año en que podemos tomar medidas» y, cuando llega ese año y no pasa nada, decir «el próximo año es el último año en que podremos tomar medidas». Lo que nos lleva de vuelta a la idea de que debemos superar la discusión sobre qué es el cambio climático y centrarla en qué podemos hacer. Hay un déficit de información sobre soluciones efectivas. Necesitamos oír acerca de proyectos que han marcado la diferencia, para que podamos estar orgullosos por ser parte de la solución, en lugar sentirnos culpables por formar parte del problema.

—Han aparecido muchas etiquetas para identificar distintas corrientes de acción climática: colapsistas, tecno-optimistas, retardistas… ¿Cree que ayudan al debate?

—No estoy segura de que las etiquetas realmente ayuden. Mi mensaje siempre ha sido este: todos tenemos un papel que desempeñar; no importa quién seas ni qué hagas. Nuestras acciones pueden mejorar el mundo, ya sea a través de la acción personal, colectiva o política. Creo que dos etiquetas simplistas que encasillan a la gente en rincones específicos, probablemente, no ayuden demasiado.

—¿Es un error creer que al resto del mundo no le importa el cambio climático?

—Muy serio. Cualquier estudio que he visto en los últimos 5-10 años, ubicado en cualquier región del mundo, indica que la inmensa mayoría de la gente quiere que sus gobiernos y el sector privado hagan «algo» sobre el cambio climático, pero cuando preguntas cuántas personas en su país o, incluso, en su círculo de amigos sienten lo mismo te dicen: «Como mucho un 30-40%». De todas formas, el auténtico problema es que si preguntas a los políticos qué porcentaje de la población quiere que hagan algo, también hablan del 30%-40% y no del 60% al 80% que indican los estudios.

—¿En realidad, el problema no es que nos parece demasiado lejano?

—En cuanto al cambio climático, el tipo de decisiones que tomamos a menudo tienen horizontes de tiempo muy largos. Eso conlleva mucha incertidumbre, y la incertidumbre no se puede resolver con facilidad. No ahorrar lo suficiente para nuestra propia jubilación tiene algunas de las mismas características. Entiendes que tienes que sacrificarte ahora; renunciar a algo ahora para beneficiarte después. Pero, al menos, ves las consecuencias del ahorro en tu pensión; los beneficios vuelven a tu propio futuro. En el tipo de sacrificios que hacemos con respecto a la acción climática, las consecuencias quizás reviertan en el bienestar de las generaciones futuras, a gente en lugares lejanos; no a ti.

—¿La «ecoansiedad» puede conducir a un choque generacional?

—Sí, y tiene un sentido racional. A la gente de mi generación le quedan 20 o 30 años en este planeta. A las personas que nacen ahora, les quedan de 80 a 90. Le estamos cargando a la próxima generación nuestros estilos de vida excesivos. Así que, sí, creo que podría haber un choque generacional en el futuro. Para evitarlo hay que entender que la ansiedad viene de sentir que el problema es grande y las soluciones pequeñas. Que la cólera es mejor que el miedo porque es motivadora. Cuando te enfadas quieres cambiar algo. Cuando estás deprimido te encierras en ti mismo. Por eso la ira de Greta Thunberg es valiosa.

—¿Toda acción es válida?

—Las acciones de protesta de algunos grupos juveniles que van y lanzan pintura roja contra edificios o cuadros, que se pegan a las pistas de los aeropuertos o a las carreteras, no están ayudando a la causa. Si a caso, están volviendo a la generación mayor contra la generación más joven. En Alemania o Suecia hay algunos grupos de jóvenes que expresan su enojo, pero lo convierten en acciones positivas de cambio, como ayudar a las personas mayores a instalar paneles solares en sus balcones o en sus tejados. Por otro lado, también creo que los jóvenes deberían involucrarse políticamente, incluso iniciar partidos políticos.

—¿Por qué?

—Porque las soluciones importantes, probablemente, tengan que venir de arriba a abajo. Necesitamos soluciones políticas, económicas y legales.

—Que el problema dure más que nuestra vida, ¿es el problema?

—Podemos planear para mañana, planear para el próximo año, pero ni siquiera planeamos muy bien nuestra propia jubilación… Ni hablar de cómo será el mundo en el año 2100. Por eso hemos desarrollado instituciones. Para la planificación estratégica a largo plazo tenemos al Gobierno, ¿no? Pues nuestros gobiernos y funcionarios están fallando en su trabajo. No dirigen las cosas por análisis técnico, sino por encuestas de opinión pública. Pero ésta no está escrita en piedra; cambia a menudo.

—¿Entonces no considera que medidas restrictivas (como impuestos al carbono) generan aversión en la gente hacia el cambio climático?

—Pueden generar aversión, pero si la medida está bien estudiada y es positiva a largo plazo, el público acaba aplaudiéndola. Nuestros análisis de diversos casos políticos reales (como la aprobación de la primera tasa de carbono en Canadá o la prohibición del tabaco por parte de la administración Bloomberg) indican que, desde el anuncio de una medida se da un periodo aceptación que dura 400 días y 600 días. Por lo tanto, este periodo se da dentro del ciclo de reelección de los funcionarios públicos. Así pues, la moraleja es que nuestros políticos no deberían tener miedo. La opinión pública puede no estar siempre con ellos, pero si hay evidencia basada en un análisis racional de que la iniciativa realmente tiene consecuencias positivas y aumenta el bienestar público, ya sea para la salud o para cuestiones ambientales, deberían seguir adelante e implementarla. Porque eso es lo que el público quiere que hagan. Volviendo a nuestra discusión anterior, del 60 al 80% de la gente quiere que nuestros gobiernos se encarguen del cambio climático.

—¿Hay sitio para una derecha comprometida que trabaje por la crisis climática?

—Sí. Hace 20-25 años, los republicanos impulsaban acciones públicas contra la crisis climática en EE UU. Bush estaba comprometido. Hay filosofías políticas diferentes para abogar por la acción climática por diferentes razones. La independencia energética y el desarrollo económico de las empresas basado en las energías renovables, por ejemplo, es algo que resuena mucho más en las ideologías de derechas que en las de izquierdas. No estamos haciendo cosas por el medio ambiente, las estamos haciendo por nosotros; por nuestra supervivencia en este planeta.