“En París entusiasmo; en Moscú, decepción; en Kiev alivio; suficiente para ser feliz en Varsovia»

“En París entusiasmo; en Moscú, decepción; en Kiev alivio; suficiente para ser feliz en Varsovia»

Las cancillerías del viejo continente han estado conteniendo el aliento en las últimas semanas, ante el resultado de las elecciones legislativas francesas y una posible victoria de la extrema derecha. La convocatoria sorpresiva de estos comicios anticipados, por parte del presidente francés Emmanuel Macron, después de que el partido de Marine Le Pen ganara los comicios europeos ha sido un golpe difícil de digerir. El primer en pronunciarse ha sido el primer ministro polaco, Donald Tusk, quien ha expresado «felicidad» al conocer que la ultraderecha ha perdido: «En París entusiasmo; en Moscú, decepción; en Kiev alivio; suficiente para ser feliz en Varsovia».

En la capital comunitaria se observaba con gran preocupación las consecuencias una revuelta antieuropea en el corazón de la UE. Tras las elecciones a la Eurocámara y la consiguiente fragilidad del inquilino del Elíseo, Bruselas temía un club comunitario sin un timón claro y que el salto geopolítico que deben realizar los Veintisiete en los próximos años, para hacer frente a Rusia y China, se quede en papel mojado.

Al cierre de esta edición, los sondeos apuntaban a un vuelco electoral con el Nuevo Frente Popular -formado por fuerzas de izquierda, verdes y la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon- en primera posición, mientras el partido de Macron se situaba en segundo lugar y la ultraderecha caía hasta el tercer puesto. La posibilidad de una cohabitación entre Macron y el candidato de Reagrupación Nacional, Jordan Bardella, parecía esfumarse y con ella muchos temores, aunque aún queden muchos interrogantes por resolver y los resultados electorales reflejen un país fuertemente polarizado.

«Desde una perspectiva europea el peor escenario es un gobierno de Reagrupación Nacional, que entre otras cuestiones intentará limitar el libre movimiento en Schengen, renacionalizar las políticas migratorias, reducir las contribuciones al presupuesto europeo, violar las normas fiscales, limitar el apoyo a Ucrania rechazar las sanciones contra Rusia o poner en cuestión la lucha contra el cambio climático y la transición energética», aseguraba a LA RAZÓN Eric Maurice, analista del «think tank» European Policy Centre cuando se le preguntaba qué escenario podría resultar más negativo para Bruselas tras estas elecciones.

No es la primera vez que un partido de tinte euroescéptico llega a formar gobierno en un país comunitario: véase Giorgia Meloni en Italia, Viktor Orban en Hungría, el anterior Ejecutivo de Ley y Justicia en Polonia o el recién entrenado Gobierno en Países Bajos liderado por la extrema derecha. Pero Francia no es cualquier socio. Es el segundo país en términos de PIB de la zona euro, socio fundador y , tras la salida de Reino Unido del bloque comunitario, el único Estado de la Unión Europea con asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU y que, por lo tanto, tiene capacidad de veto. A pesar de su peso económico, Alemania no está representada en este foro ya que fue una de las potencias perdedoras de la II Guerra Mundial.

Francia también es el único miembro del bloque con arsenal nuclear, en un momento en el que la guerra en Ucrania ha reabierto del debate sobre el rearme.Con la posible vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca y el fuerte ascenso de China como potencia geopolítica de primer orden, una Francia débil y replegada sobre si misma supone una Unión Europea sin brújula. De ahí que estos comicios hayan adquirido una importancia existencial para la UE. Ahora se abre el interrogante sobre quién se convertirá en primer ministro y qué consecuencias tendrá para el liderazgo de Macron que su partido haya quedado en segunda posición.

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