¿Está la Copa de la vida eterna en León?

¿Está la Copa de la vida eterna en León?

Una de las aventuras quintaesenciales en la epopeya mitológica y en los cuentos maravillosos del folclore es la búsqueda de la fuente de la eterna juventud. No hay narración patrimonial que se precie, desde la antigüedad más remota hasta nuestros días de obsesión por la búsqueda de la inmortalidad a través de la cirugía, la tecnología, la inteligencia artificial o la descarga de la conciencia en una suerte de pendrive divino inmortal, que no haya incluido de alguna manera obsesiva el patrón narrativo en torno a ese viaje iniciático, que en el fondo es el que mueve nuestras vidas en pos de la trascendencia. Hay que recordar la búsqueda infructuosa de Gilgamesh en el primer poema de la historia cuando, aterrorizado al ver la muerte de su entrañable amigo Enkidu y dándose cuenta entonces de su propia mortalidad, emprende el viaje a las fuentes de la vida eterna, que se sitúan en un lugar utópico más allá del tiempo y del espacio: ese lugar a veces es un no-lugar, o se encuentra en un receptáculo sagrado, o acaso en el interior de uno mismo, y si hay que desplazarse será en todo caso un viaje jalonado de peligros y guiado por taberneras mágicas y antiguos supervivientes del diluvio. También se dice que Alejandro buscó esas fuentes inmortales en su tradición legendaria y fantasiosa, más allá de la India y de los brahmanes, hasta llegar a los árboles parlantes. Asimismo los cuentos árabes o persas son prolijos en descripciones de esos países que no existen, donde se guardan copas mágicas que sirven para escanciar el elixir bendito que nos hará inmortales.

Gracias a la literatura patrimonial conocemos eso y mucho más: pero es que la búsqueda de la fuente de la vida eterna también es un esquema recurrente en la religión para hablar de la pervivencia más allá de la muerte. En la narrativa de los Evangelios también se puede leer así la escena arquetípica que es la base de la liturgia cristiana: el Santo Cáliz de la Última Cena de Nuestro Señor Jesucristo como fuente de inmortalidad. En efecto, desde el punto de vista del folclore y la mitología, pero también desde el de la liturgia, el Cáliz refleja una tradición universal: por un lado tiene que ver con la divinización a través de la ingesta de las plantas divinas que se convierten de forma mística en el misterioso cuerpo o sangre de la propia divinidad, lo que a la postre permite la trascendencia definitiva. Por otro, concretado en el mito de la búsqueda del Grial, se cruza con el mitema de la búsqueda de las fuentes de la vida eterna, cuyo secreto, a la postre –como bien descubrirá Galahad, –el elegido como perfecto caballero cristiano–, reside en nuestro interior, como el Reino en los Evangelios. Es un esquema narrativo de quête interna, como puede verse, de honda permanencia en la historia de la cultura.

Devoción popular

Conocemos ya los curiosos derroteros del Santo Grial en la tradición occidental y cómo muchos aventureros han seguido sus pasos junto en pos de las reliquias de Cristo que surcaron Oriente y Europa, de las que se afirmó que eran aquella Santa Copa de la vida eterna. Muchas de ellas llevan sus pasos a nuestro país, en Valencia o Lugo. Pero hay un tercer lugar en España donde se esconde un supuesto Grial y es la Colegiata de San Isidoro en León, donde una tradición quiere seguir los pasos de la Santa Copa precisamente a través del mundo árabe, donde encuentra interesantes paralelos en la narrativa popular ya mencionados. Este Grial o Copa de doña Urraca, ha sido reivindicada en los últimos decenios a partir de una leyenda controvertida pero muy popular: la pieza tiene, además, gran devoción popular. Se trata de un cáliz compuesto de dos cuencos de ónice, la copa y su peana, que datan seguramente de la antigüedad tardorromana. Están adornados y cubiertos por las joyas de doña Urraca, infanta de León, que las donó para decorarlas. Hay una fantástica historia acerca de cómo llegó hasta León desde Tierra Santa, que se ha querido documentar, entre historia y mito, en virtud de algunos supuestos documentos árabes. La leyenda popularizada ha sido objeto de polémica en la modernidad. Según esta, la copa habría sido enviada al sultán de Denia por su homólogo de Egipto hacia comienzos del siglo XI en agradecimiento por su ayuda a superar una hambruna. Luego la copa habría llegado al rey Fernando I de León. Quiere la leyenda que algunos árabes se hubieran convertido al cristianismo al ver las mágicas propiedades de la copa, uno de cuyos fragmentos habría sanado incluso a la hija del famoso Saladino. Pero, como siempre en estas páginas, de la historia de las fabulosas reliquias albergadas en lugares de poder de la geografía mítica hispana nos interesa más la leyenda y los esquemas narrativos que la realidad histórica: en este caso, el anhelo de trascendencia en pos de la copa de la inmortalidad. Como con la Cueva de Hércules en Salamanca, aquí tenemos otra razón de peso para mitificar y adorar la ciudad de León y sus paisajes legendarios.