Este es el origen histórico del dicho “quien se fue a Sevilla, perdió su silla”

Este es el origen histórico del dicho “quien se fue a Sevilla, perdió su silla”

Es uno de los dichos más populares del castellano. “Quien se fue a Sevilla, perdió su silla”, dice la cantinela, que se emplea cuando alguien se ausenta y, al regresar, otra persona ha ocupado su sitio. A veces es solo salir de la habitación y en otros casos se trata de una falta más prolongada. El refrán dice que, a veces, una novedad puede ocasionar un perjudicial, como la pérdida de un empleo, por lo que se aconseja no abandonar el puesto cuando hay personas que lo desean. La expresión tiene rima, lo que justificaría ya de por sí el uso del topónimo de Sevilla, pero hay otra razón histórica que permitió acuñar el dicho en la capital andaluza.

Primero, como curiosidad, podemos aclarar que el refrán tiene adiciones, de las cuales la más difundida es la siguiente: “Quien fue a Sevilla, perdió su silla, y quien fue a Aragón se la encontró”, recuerda el Instituto Cervantes. Otras adiciones serían: “Quien fue a Sevilla, perdió su silla, y quien fue a Jerez, la perdió otra vez”; “Quien fue a Sevilla, perdió su silla, y quien fue a Morón, perdió su sillón”. Asimismo, este refrán conoce muchas adaptaciones, en función de la zona geográfica en la que se emplee: “Quien fue a Padrón [Galicia], perdió su sillón”. También se usa Aragón como segunda parte del refrán. Algunas carecen de referencia geográfica: “Quien fue a Sevilla, perdió su silla; quien fue y volvió, a garrotazos se la quitó”. “Quien fue a Sevilla, perdió su silla; quien fue y volvió, la recobró/encontró”.

El refrán está basado en un hecho histórico: durante el reinado de Enrique IV (1454-1474), rey de Castilla, se concedió el arzobispado de Santiago de Compostela a un sobrino del arzobispo de Sevilla, Alonso de Fonseca. Dado que la ciudad de Santiago estaba un poco revuelta, el sobrino pidió a su tío que ocupara él el arzobispado de Santiago para apaciguarlo, mientras él se quedaba en el arzobispado del tío, en Sevilla. Y así fue hasta que Alonso de Fonseca, una vez pacificada Santiago de Compostela, quiso volver a Sevilla. Como su sobrino se negaba a abandonar Sevilla, hubo que recurrir a un mandamiento papal a la intervención del rey castellano y al ahorcamiento de algunos de sus partidarios.