Fenómeno Taylor Swift: la chica que canta canciones de desamor

Fenómeno Taylor Swift: la chica que canta canciones de desamor

Madrid, esta semana, no es Madrid, sino el sitio al que ha venido a cantar Taylor Swift, la rubia lista a la que le ha dado por ocuparlo todo y que para los comerciantes de las ciudades que colapsa con su arte y figura es como Santa Claus en cualquier época del año. En los dos conciertos que la vocalista y compositora estadounidense ofrece en el estadio Santiago Bernabéu, dentro de su gira «The Eras Tour», apelotonará a cerca de 150.000 entusiastas, de los que alrededor de un 20 % son extranjeros. Eso equivale a un chorro de millones de euros (25, según estimaciones de los que saben) que se quedan en el foro. Cómo no te vamos a querer, Taylor, amor, si vienes con esos vestidos de diosa circense, esas letras que hacen llorar a las muchachas, de las que pareces saber más que ellas mismas, y un millón de panes con lentejuelas y purpurina bajo el brazo.

Se lee mucho en la prensa «huracán» o «terremoto» para referirse a ella, pero Swift tiene más de brisa, o de superbrisa, si quieren. En sus conciertos, generosísimos, de más de tres horas, se da entera, pero no como Springsteen, que es una caja de truenos desde el primer minuto al último, sino con una dulzura y elegancia que recuerdan más a una cantautora francesa de los 60 que a una megaestrella del espectáculo hodierno. Sí, hay algo en ella de Françoise Hardy; una “finezza” que retrotrae a un tiempo en el que la velocidad resultaba una ordinariez y las caricias eran más codiciadas que el orgasmo. Dentro de esos párvulos vestidos que habita cuando inunda un escenario, la vemos de pronto guitarra en mano o sentada al piano, y eso la distancia inequívocamente de la aún considerada reina del pop, Madonna, a la que tanto se cita cuando se analiza la actual hegemonía de Taylor en la escena pop mundial. Eso, y que no tiene la lengua de Satán ni el aspecto de una concubina de Drácula.

Chicles de fresa, dinamita y tormentas

Su mayor valor reside en las letras que escribe, que no son chicles de fresa sino que cargan la dinamita del amor y sus tormentas, pues viene del country y ahí las canciones son estacas. Las suyas son micronovelas con propensión a lo autobiográfico, y en las que se muestra como una mortal falible y no como la superheroína en la que se ha convertido. Muchos la consideran poeta, y es un hecho que sus textos se estudian en universidades de medio mundo y se comparan con los de narradores y vates clásicos. Y aunque no escribe piezas inmortales, sí hay enjundia, y suena a todas horas en todas partes y factura al día lo que mil farmacias.

Madrid ha desplegado su mejor alfombra roja, pero ella no la ha pisado porque viaja siempre con la suya, que es voladora y le traslada de las más lujosas suites a los más altos escenarios. Y en uno cargado de leyenda y gloria, el del Bernabéu, hace doblete. Barbarísima.