Festival de Granada: Un piano en la noche mágica

Festival de Granada: Un piano en la noche mágica

El ya septuagenario artista ha dictado un verdadero y resumido curso de interpretación pianística en esta velada al aire libre. Fue explicando paso a paso cada una de las obras que iba a tocar. El problema para muchos fue que se le entendía muy mal. Las palabras, chapurreadas en castellano, inglés, francés e italiano, con la boca pegada al micro, se entendían malamente y algunos nos quedábamos con frecuencia in albis. Pudimos ir adivinando y comprobando sobre la marcha lo que iba tocando.

En todo momento, eso sí, reconocimos su estilo, su sello personal, sus modos y maneras y volvimos a encontrarnos con sus características, las que le han convertido en un intérprete de referencia. Ese tan bien estudiado apoyo a la tecla, esa elástica actitud, de ágil gacela, ante el instrumento. Su sonido es ahora claro y redondo, esbelto y terso y su fraseo, minucioso, elegante y bien ligado. Los dedos certeros corren por el teclado con suavidad al tiempo que van administrando sutiles dinámicas, colores y claroscuros, lo que convierte a sus interpretaciones en algo ameno y digerible.

El recital comenzó, antes de pronunciar palabra, con el aria de las “Variaciones Goldberg” de Bach, una hermosa carta de presentación, tocada casi con delectación. Seguimos con el “Capricho” del propio Bach, rematado con una fuga clarísimamente dibujada. De vez en cuando, de pie, micro en mano, explicaba alguna particularidad de lo que tocaba, lo que con frecuencia se perdía en el aire cálido del Carlos V. Nos obsequió a continuación con la “Suite francesa nº 5”, que remató con una estupenda y minuciosa Giga. Ahí pudimos apreciar la sutileza de su apoyo, la elegancia de su toque, siempre límpido.

Evidentemente uno de los secretos de su estilo, de la claridad y hermosura de su sonido, de la precisa y reproducción de cada nota, de la levedad de los acordes reside en la pulquérrima forma de manejar el pedal (los pedales). Nunca, con el cuidado que pone en ello, se producen emborronamientos, frases confusas, pasajes enrevesados. Todo es claro como la luz del día. Como lo fue también la soberana recreación del “Concerto italiano”, que nos elevó hacia las alturas del aire de la noche. El pianista seguía hablando. A veces captábamos la lógica de sus explicaciones. Fueron muy claras desde un punto de vista conceptual las que dedicó a la “Fantasía K 475 “de Mozart, que se unió a las no muy conocidas “Variaciones” de Haydn. Todo manaba exquisitamente y nos sentíamos prendidos en el mágico equilibrio, en la unión de las áureas sonoridades con el aire de la noche granadina.

Justo y gran colofón: la “Sonata Waldstein”, la “nº 21” de las de Beethoven. Puede que aquí, en los fortísimos y dramáticos acordes que vertebran en buena parte el primer movimiento, echáramos en falta algo más de fulgor, de nervadura. Pero la versión fue tan clara, tan bien contrastada, tan ricamente elaborada, que quedamos compensados y complacidos. Las palmas echaban humo y el pianista, tras casi dos horas de concierto, no dudó en regalarnos otras tres piezas: un tiempo de una Sonata de Mozart, creemos que la “nº 20”, una melodía húngara de Schubert y un “Intermezzo” de Brahms. Nadie se iba del recinto, tal era el entusiasmo. Pero el pianista, siempre sonriente, con cara y aspecto de pope oriental, dio por finalizada la sesión.

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