Formas de olvidar

Formas de olvidar

Así que pensá en el asunto sólo de 10 a 11 de la mañana los días martes. Así que sofisticá el uso de tus somníferos hasta hacerlos infalibles. Así que aumentá el caudal de llamadas telefónicas a personas por las cuales no sentís interés (se trata de ocupar las horas con cualquier cosa, como si el tiempo fuera un barco al que hay que llenar de piedras hasta que se vaya a pique). Así que vestite bien ―pero con ropa que uses habitualmente porque vestirse de manera novedosa es patético, no se percibe como manifestación de buen estado de ánimo sino como esfuerzo inútil por ocultar alaridos, y tu aspecto termina por ser el mismo que el del canasto de la ropa sucia―; así que cuando te mires al espejo hacelo sin pensar en la forma en que hasta hace unos días te mirabas al espejo ―con ese roce fantasmal de la mirada ajena que te daba gallardía, juventud y belleza―; así que emprendé arreglos postergados de la casa ―y pasá semanas manteniendo conversaciones sobre caños e iluminación con electricistas, carpinteros, pintores, y más días aún esperando a electricistas, carpinteros y pintores que nunca llegan a horario, pero mantenete firme en tu decisión de reemplazar una espera aterradora (que llegue un mensaje, que suene el teléfono) por esta otra, irritante y banal―; así que llamá a tus amigos para hablar de la última película de un director francés ―porque esas llamadas entre sollozos a la medianoche deben ser reemplazadas por conversaciones sobre temas culturales o sobre cafés de especialidad―; así que cuando salgas a la calle no imagines que te está mirando ―porque no te está mirando―; así que saludá a todo el mundo con una sonrisa de optimismo fluorado; así que dejá de usar el perfume que usabas. Así que avanzá. Tu esperanza reside en vivir como si todo lo que pasó no lo hubieras vivido. Sabés que vas a fallar. Pero sos una pequeña pezuña de coraje aferrada a los bordes de un mundo perdido que querés terminar de perder.