¿Fue la muerte de Alejandro Magno una conjura de los astros? Estos son las profecías, históricamente documentadas, que lo anunciaban

¿Fue la muerte de Alejandro Magno una conjura de los astros? Estos son las profecías, históricamente documentadas, que lo anunciaban

La muerte de Alejandro Magno sigue siendo un misterio que marcó el fin de una era y el inicio de un nuevo capítulo en la historia del mundo antiguo. Se han propuesto numerosas teorías, desde enfermedades naturales hasta envenenamiento, pero es poco conocido que las profecías acechaban al emperador macedonio y estuvo muy obsesionado con su cumplimiento.

En la primavera del año 323 a.C., mientras en el mundo antiguo aún resonaban con fuerza los ecos de las hazañas bélicas de Alejandro Magno, los sacerdotes de Babilonia (llamados caldeos por los griegos) revelaron una seria amenaza para la vida del monarca si osaba entrar en la milenaria ciudad.

La noticia cogió al monarca en horas bajas, ya que unos meses antes, en octubre del 324 a.C. había fallecido su amigo íntimo –y posiblemente amante– Hefestión, lo cual le había sumido en una profunda tristeza. Esta circunstancia, seguramente, explique que la campaña en el golfo pérsico contra los coseos fuera innecesariamente sangrienta, con un Alejandro sombrío y cruel, lejos de la imagen de conquistador invencible que adquirió en Babilonia ocho años antes. Con estos condicionantes, el rey dio credibilidad a los malos augurios de los caldeos.

Los oscuros presagios de los caldeos sobre la muerte de Alejandro Magno marcaron el trágico desenlace de un imperio en su apogeo. Los sacerdotes caldeos, conocidos por su habilidad en la interpretación de los signos celestiales, habían observado algo en los cielos que auguraba desgracia para Alejandro. Quizás fue un eclipse, o tal vez algún otro fenómeno astronómico, pero lo cierto es que el rey decidió creer en la amenaza a su destino y se retiró a la cercana Borsippa.

No obstante, su séquito no se fiaba de los caldeos, creyendo que sus vaticinios eran simples excusas para encubrir el retraso en la restauración del Esagila (el gran santuario del dios Marduk) y su Etemenanki, el famoso zigurat de Babilonia. Finalmente, convencieron a Alejandro para que entrara en Babilonia. Solo unas semanas más tarde, la profecía se cumplió y Alejandro Magno murió allí.

Se sabe que la advertencia de los caldeos intimidó seriamente a Alejandro, pues llegó a lamentarse en voz alta de no haber seguido a pies juntillas sus indicaciones. Los sacerdotes babilonios intentaron revertir la situación mediante el ritual del rey sustituto. Según este antiguo rito mesopotámico, cuando un rey había sido condenado por fuerzas sobrenaturales, abdicaba simbólicamente de su trono y se colocaba un sustituto en su lugar durante un periodo de hasta cien días para que atrajera el infortunio sobre él y salvaguardar al verdadero soberano. A lo largo del ritual se realizaban exorcismos para transferir el peligro derivado de los malos presagios del rey al sustituto, que finalmente era ejecutado. Un sacrificio en toda regla. Los macedonios, no obstante, se mostraron confusos con este rito y es posible que no se completara.

Además, los caldeos no fueron los únicos en advertir los peligros que acechaban al rey. Otros presagios alimentaron el temor y la superstición en torno a su destino. Autores antiguos cuentan que Alejandro navegaba por el río Éufrates (que dividía Babilonia en dos) cuando cayó al agua la cinta de seda que indicaba su condición de rey. Uno de sus hombres se arrojó al agua para recuperarla, pero se puso la diadema en la cabeza y Alejandro decidió decapitarlo, pues significaba que su reinado estaba próximo a su fin.

El historiador, biógrafo y filósofo Plutarco dejó escrito que: «… Alejandro se entregó a partir de entonces a las señales divinas, su espíritu siempre turbado y temeroso; no había un suceso desusado y extraño, por mínimo que fuese, del que no hiciese un prodigio o un presagio, y su palacio estaba lleno de sacrificantes, exorcistas, adivinos y, en una palabra, de gentes que llenaban el espíritu del rey de necedades y temores».

En Babilonia, Alejandro Magno recibió numerosos embajadores del mundo griego y más allá. Algunas fuentes refieren legados íberos, celtas, cartagineses e incluso romanos que le consideraban un dios entre mortales. Una noticia le sacó de su abatimiento: la heroización de Hefestión en el oráculo de Zeus-Amón, en Siwa, en el desierto de Libia.

Alejandro volvió a frecuentar los banquetes, donde consumía mucho alcohol y, precisamente, en uno de ellos el rey macedonio manifestó las primeras fiebres que terminarían llevándole a la muerte.

Pocos meses después, la profecía se cumpliría trágicamente: Alejandro Magno moriría en Babilonia. Este fatídico desenlace marcó el fin de una era y el comienzo de la fragmentación del vasto imperio que el conquistador había forjado con su espada y su visión.

La muerte de Alejandro desencadenó una lucha por el poder y la sucesión que sumió al mundo antiguo en el caos. Las acusaciones de envenenamiento y regicidio se convirtieron en armas políticas, mientras que los generales del difunto rey luchaban por mantener el control sobre su vasto imperio.