Que la humanidad sufra una nueva pandemia es inevitable, en un mundo en el que están aumentando las enfermedades infecciosas y los virus circulan rápidamente a través de las fronteras. La pandemia de la Covid-19 demostró que ningún país puede hacer frente por sí solo a una amenaza así para la salud, lo que nos llevó a pensar que la humanidad necesitaba una mejor preparación y una mayor resiliencia. Entonces hubo un consenso generalizado sobre que el mundo debía trabajar por adoptar un acuerdo sobre pandemias basado en los principios de la equidad, la soberanía, la prevención, la preparación y la respuesta. Sin embargo, nuestra memoria como especie a veces parece corta y los trabajos conjuntos en un nuevo instrumento mundial en el marco de la Organización Mundial de la Salud no están siendo tan fáciles y bajo el criterio del bien común como se hubiera esperado en aquellos momentos.
Las conversaciones se han atascado a la hora de acordar el porcentaje de vacunas y productos terapéuticos para compartir durante una emergencia de salud pública por parte de los fabricantes; así como en el acceso a la propiedad intelectual, la tecnología y los conocimientos técnicos. Nuevamente parece que los intereses económicos son el escollo para defender el interés común de la salud pública. Quizás cabría recordar que las vacunas se desarrollaron tan rápidamente gracias a una financiación pública masiva. Ahora el punto estaría en garantizar de cara a nuevas pandemias el compartir recursos y conocimiento para un reparto más equitativo de las vacunas, tratamientos y productos sanitarios evitando los errores del pasado. Las negociaciones están finalizando, y parece que queda lejos el compromiso de que en la lucha contra futuras amenazas pandémicas se garantice de forma rotunda la equidad y el derecho a la salud.
