Género epistolar

Género epistolar

Aplaudo el gusto de Pedro Sánchez por el género epistolar, hoy que parece haber caído un poco en desuso porque nos hemos hecho vagos, pero algunos tenemos todavía papel con membrete y manejamos el bolígrafo con agilidad –la pluma nunca ha sido lo mío-, y nos deleitamos dibujando las letras con esmero, formando palabras y juntándolas para crear cuidadosamente frases que, fuera de remilgos y sobreactuaciones que las lleven a resultar empalagosas, produzcan en su destinatario el efecto deseado: amor, compasión, ira, pereza, lujuria, envidia, y todas esas sensaciones susceptibles, incluso, de convertirse en pecados capitales. Hoy día sirven también los correos electrónicos, aunque no es lo mismo, pero permiten ser guardados en carpetas virtuales de igual forma que antaño apilábamos los folios o cuartillas y las atábamos con un lacito cuando el montón iba adquiriendo el grosor adecuado. Era una auténtica belleza. Sé bien que mi hija guarda las cartas que yo le enviaba cuando estaba interna, estudiando fuera de España, lo mismo que yo guardo las suyas, al tiempo que ella preserva las que su padre y yo nos intercambiábamos cuando, siendo novios adolescentes, nos escribíamos a diario. Años más tarde recibía hojas sueltas, breves frases llenas de sentimiento que guardo en una caja. En la última década han sido en forma de e-mail los mensajes que me hacían alterar el pulso. En la actualidad los whatsapps han sustituido todo la anterior, y una no puede por menos que sentir añoranza. El paso del tiempo hace que todo quede más difuso, como llevado por la niebla de la indiferencia…

Pero de nada sirve la nostalgia más que para dibujar un gesto de tristeza que no conduce a más cosa que al regocijo de quien no nos profesa aprecio, así que vamos a ahondar en el fango, que es la consigna de moda desde Ferraz, lo mismo que “nada de nada”, frase pronunciada por la Montero, Bolaños y Alegría esta semana en que se dieron los últimos coletazos, las últimas boqueadas electorales, en que se verbalizaron insultos a los jueces –en el pasado a los jueces se les profesaba un respeto y una veneración exquisita-, hubo aumento de calificativos hacia la oposición a quien ya se les tildó de ultraderecha, y el sumun de la catarsis se produjo cuando se exhibió a Begoña Gómez de cuerpo presente, en carne mortal en un mitin en Benalmádena. Nunca se había visto nada parecido. Virginal, honesta, casta, todos los calificativos le valen a la “Presidenta”, que es como la llaman en el partido y también el propio Pedro en la intimidad: “¡Vente p’acá, Presidenta, que te vas a enterar de lo que vale el puto amo!”

Creo que la añoranza es la palabra que predomina en mi ánimo si hablamos de otros tiempos en que los políticos eran de otra madera; gente cualificada que manejaron Europa en un momento tan grave como lo fue la Segunda Guerra Mundial, y me refiero a este hecho histórico porque también se ha estado conmemorando en estos días pasados el desembarco de Normandía, con gran emoción de todos los presentes y gran homenaje a los veteranos, centenarios casi todos ellos. Después de repasar la historia y considerar, por ejemplo, a Winston Churchill, político, militar, escritor Premio Nobel y estadista, que era primer ministro británico en aquellos dramáticos momentos, ¿qué comparación admite con el espectro actual de lo que soportamos en este país? Todos son mindundis, con titulaciones falsas, chupaculos y chupatintas, que comen gracias al presupuesto. Así, hemos llegado con este dramático panorama a las elecciones al Parlamento europeo de hoy. De un lado y de otro son deshecho de tienta. Algunos dicen que tenemos lo que merecemos, y yo pregunto, ¿de verdad un país fabuloso como el nuestro merece esta hez?

CODA. Y el Princesa de Asturias va para la descubridora del Ozempic, por conseguir el medicamento que combate la obesidad, una de las grandes lacras de la salud en nuestro tiempo.