Hablamos con Almudena Arteaga: “Soy más conocida por mi labor de escritora que por ser duquesa”

Hablamos con Almudena Arteaga: “Soy más conocida por mi labor de escritora que por ser duquesa”

Almudena de Arteaga, escritora especializada en novela histórica, es noticia estos días por cuestiones ajenas a su trabajo y relacionadas con su patrimonio. Perteneciente a la nobleza, ostenta el título de duquesa del Infantado y ha mantenido un largo litigio con el Ayuntamiento de Manzanares el Real (Madrid) por causa de un terreno de su propiedad situado en el centro mismo de ese municipio, y los tribunales le han dado la razón. Ese solar, de una extensión considerable, 3.000 metros cuadrados, y que hasta hace sólo unas semanas albergaba un parque infantil de uso público, fue cedido al consistorio, de forma gratuita, por su abuelo.

A la muerte de este, su hijo, Íñigo de Arteaga y Martín, el padre de Almudena, siguió haciendo cesiones al Ayuntamiento con distintos plazos de vencimiento, hasta que la última de ellas expiró en 2015. La escritora heredó esa propiedad tras la muerte de su progenitor, en 2018, y durante tres años trató de llegar a un acuerdo con el Ayuntamiento para que la comprasen, alquilasen o, en su defecto, la abandonasen. A instancias de ese organismo encargó una tasación a TINSA, una de las empresas más reconocidas del sector, la cual no fue aceptada por el Consistorio, que le ofreció a cambio una cantidad muy por debajo de su valor real y, ante su negativa, trataron de expropiarle el terreno por «vía urgente», tal y como explica De Artega en conversación con este diario:

«El juzgado les contestó que por qué razón por vía urgente, ya que el parque estaba abierto y no veían problema alguno. Entonces intentaron expropiarme por vía ordinaria. Por esta vía les dieron una tasación con un precio, un millón trescientos mil euros, que no llegaba al de TINSA pero multiplicaba por diez lo que ellos me ofrecían, y decía esa tasación que “a partir de ese precio en adelante”. Esto, el tribunal de tasación de vía ordinaria, pero el Ayuntamiento también dijo que no. Y lo mejor de todo –prosigue– es que en el pleno de hace un mes han comprado el terreno de al lado del parque, con la misma catalogación urbanística, por dos millones y medio de euros». De ser cierto ese extremo, la contienda mantenida todo este tiempo sólo puede obedecer a cuestiones de carácter político o personal.

¿Tiene Almudena Arteaga la respuesta? «Político, desde luego. Yo no me meto en política, porque la odio cada día más, pero en las últimas elecciones el alcalde de Manzanares el Real [José Luis Labrador], que es del PSOE, se alió con Podemos habiendo ganado el PP. Y hace dos meses echó a los concejales de Podemos y se ha quedado gobernando en minoría, en solitario. Y lo que sí sé es que hay un concejal de Podemos, que se llama Fernando y no sé ni cómo se apellida, que es el que está mandando todo esto por redes sociales. Son rencillas políticas –insiste–, por supuesto. Porque lo de usar el ducado del Infantado, cuando yo soy más conocida por mi labor de escritora que por ser duquesa… En el pueblo me conocen de cara, pero no saben ni que soy yo. Al alcalde lo he llamado veinte veces y los diálogos no han sido fáciles. Vende que ha intentando ponerse en contacto conmigo, pero dialogan cuando se ven con la soga al cuello. A mí me han tenido esperando media hora de pie, en los pasillos del Ayuntamiento, mientras oía cómo se reían a carcajadas en los despachos».

Hay un hecho incontestable: ese terreno le pertenece y, además, le avala una decisión judicial, pero en la calle esas cosas se perciben de un modo bien distinto.

Pueblo y nobleza

Nos hallamos ante una nueva reedición de la inveterada pugna entre el pueblo y la nobleza, estéticamente agravada por el hecho de que el terreno se usaba como un lugar de recreo para niños. ¿Teme la escritora que eso le pueda pasar factura personal con los habitantes de esa localidad? «Pues procuraré que no me pase factura –responde en tono apesadumbrado–. Esto es un sector del pueblo, pero hay mucha otra gente que me dice: “Qué faena te están haciendo, Almudena”». ¿Y qué futuro le depara a ese terreno? ¿Lo va a vender al mejor postor, le ha salido ya algún novio? «Pues eso no te lo puedo decir. Primero vamos a liberarlo, ¿no?». Al estar en un lugar tan céntrico, junto a la plaza mayor, ¿podrían levantarse viviendas en él? «¡Pero si acaban de dar licencia al terreno ese que han comprado al lado, que está en peor zona, para construir unos pisos! –exclama–. Sí, claro que sí. Lo que me molesta es que pasen estas cosas por intereses políticos. Aquí hay un rebote gordísimo de los concejales de Podemos, a los que el alcalde ha echado del Ayuntamiento».

Novelista de éxito

De Arteaga es una escritora reconocida. Tiene publicadas cerca de veinte novelas de género histórico, además de diversos ensayos y libros de relatos; algunas de sus obras han sido traducidas a varias lenguas y ha sido distinguida con importantes galardones literarios, como el Premio Alfonso X El Sabio y el Premio Azorín, ambos otorgados por el Grupo Planeta. A diferencia de los títulos nobiliarios, que se heredan, sus éxitos literarios los ha conseguido por sí misma. ¿Imaginó, cuando empezó a escribir, que llegaría a obtener semejantes logros? «No, nunca. Dedicarme a la literatura fue algo accidental. Yo estaba trabajando en un despacho de abogados, de becaria, acababa de terminar la carrera y me llamaron de Planeta para escribir una historia sobre la princesa de Éboli [Ana de Mendoza de la Cerda, noble española del siglo XVI], que ahora es conocidísima pero en 1997 lo era mucho menos. Entre una demanda y otra escribía un poquito de Éboli. Aquel libro fue un “best seller” tremendo, se tradujo a muchos idiomas, tiene reediciones que yo ya no controlo, y hasta se hicieron dos películas sobre él. Después –continúa– llegó “La Beltraneja [el pecado oculto de Isabel la Católica]”, que también fue un “best seller”. Aproveché la brecha: dejé el despacho y me dediqué durante muchos años exclusivamente a la literatura, aunque luego he tenido que volver a trabajar en otras cosas. Aquella fue una apuesta dura, porque yo he heredado de mi padre, pero entonces no había heredado y me ganaba la vida yo sola».

Para De Arteaga «el escritor analiza las cosas más detenidamente, con lo cual intentas errar menos de lo que harías si fueses más rápido por la vida. Y luego –añade– hay algo divertido: cuando escribes novela, como tienes que pergeñar muchos caracteres y profundizar mucho en ellos, es como desnudarse y entrar en las entrañas de cada uno de los personajes. Yo escribo habitualmente en primera persona y tengo que evitar ser siempre el mismo personaje. Debes ser un actor muy bueno, aunque creo que ser novelista es más complicado que ser actor».

Ha firmado numerosas veces en la Feria del Libro, ¿qué relación mantiene con sus lectores? «Hay muchos que van a verme todos los años, tenga novedad editorial o no, porque a veces voy a firmar todos mis títulos. Lo de la gente es algo fantástico. Los escritores somos el primer eslabón y los lectores el último de una cadena bastante larga y complicada, y gracias a ellos seguimos publicando». Su última novela es «La virreina criolla» (HarperCollins, 2022) y hace sólo unos meses se publicó la última obra en la que ha participado, el libro coral «Grandes relatos de la Historia de España», nacido de un acuerdo de colaboración entre la Fundación Arte e Historia Ferrer-Dalmau, la Asociación de Escritores con la Historia y la Universidad de Oviedo, y en la que siete autores, entre ellos Pérez-Reverte, escriben breves historias a partir de pinturas de Augusto Ferrer-Dalmau, el «pintor de batallas»: «El mío es un relato sobre Felicitas de Saint-Maxent –explica–, la mujer de Bernardo de Gálvez, la virreina criolla, pero en su faceta española, en Madrid. Porque nace en Nueva Orleans y muere en España, a contracorriente de todos los que viajaron a América para buscar una vida mejor».

En estos tiempos de tibieza o desdén respecto al sentimiento de identidad española, algo que se ha politizado absurdamente, la escritora y noble reivindica su profunda españolidad: «Me siento española hasta la médula y me da mucha pena la gente sin arraigo. Sin arraigo a las tradiciones, sin amor a un país, a una lengua, a una manera de vivir. Ser un apátrida es lo último –afirma, rotunda–, me daría mucha pena. Los americanos dicen: “¡Pertenezco al país más importante del mundo!”. Hay que tener un arraigo. Sentirte de algún sitio aunque no estés en él. Tener un sitio al que volver, en el que querer estar, al que amar». Ahora, y pese a que la disputa urbanística le ha robado y sigue robándole demasiado tiempo, trabaja en una nueva novela de la que prefiere no revelar su contenido: «Todavía no quiero adelantar nada de ella», dice en un tono casi de disculpa.

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